Salíamos del patio por detrás de la cocina cuando mi comadre nos gritaba:
-No se vayan a demorar, que la comida está en estico
Salomé quiso cerrar la puertecita de trancas por donde habíamos entrado al cacaotal: pero yo me puse a hacerlo mientras ella decía:
-¿Qué hacemos con Fermín, que es tan cuentero?
-Tú lo verás.
-Ya sé: deje que estemos más allá, y yo lo engaño.
Cubríanos la densa sombra del cacaotal, que parecía no tener límites. La belleza de los pies de Salomé, que la falda de pancho azul dejaba visibles hasta arriba de los tobillos, resaltaba sobre el sendero negro y la hojarasca seca. Mi ahijado iba tras de nosotros arrojando cáscaras de mazorcas y pepas de aguacate a los cucaracheros cantores y a las nagüiblancas que gemían bajo los follajes. Al llegar al pie de un cachimbo, se detuvo Salomé y dijo a su hermano:
-¿Si irán las vacas a ensuciar el agua? Seguro, porque a esta hora están en el bebedero de arriba. No hay más remedio que ir en una carrera a espantarlas: corre, mi vida, y ves que no se vayan a comer el socobe que se me quedó olvidado en la horqueta del chiminango. Pero cuidado con ir a romper los trastos o a botar algo. Ya estás allá.
Fermín no se dejó repetir la orden: bien es verdad que se le había dado de la manera más dulce y comprometedora.
-¿Ya vido? -me preguntó Salomé acortando el paso y mirando hacia las ramas con mal fingida distracción.
Se puso luego a mirarse los pies cual si contara sus lentos pasos; y yo interrumpí el silencio que guardábamos, diciéndole:
-A ver, qué es lo que hay y con qué te tienen molida.
-Pues ahí verá que me da no sé qué contarle.
-¿Por qué?
-Si es que se me hace hoy como muy triste y... ahora tan serio.
-Es que te parece. Empieza, porque después no se ha de poder. Yo también tengo algo muy bueno que contarte.
-¿Sí? usté primero, pues.
-Por nada -le respondí.
-¿Conque así es la cosa? Pues oiga: pero prométame no decir nadita de lo que...
-Por supuesto.
-Pues lo que sucede es que Tiburcio se ha vuelto un veleta y un ingrato y que anda buscando majaderías para darme sentimientos; ahora hace cosa de un mes que estamos de malas sin haberle dado yo motivo.
-¿Ninguno? ¿Estás bien segura?
-Mire... se lo juro.
-¿Y cuál te ha dicho él que tiene para estar así después de haberte querido tanto?
-¿Tiburcio? Lambido que es: él no me quiere a mí nada: al principio no sabía yo por qué se ponía malmodoso cada rato, y después caí en la cuenta de que todo era porque se figuraba que yo le hacía buena cara al primero que veía. Dígame usté, ¿eso se puede aguantar cuando una es honrada? Primero dio en creer una bobería y usté anduvo en la danza.
-¿Yo también?
-¡Cuándo se iba a librar!
-¿Y qué creía?
-Para qué es decirle si ya se lo figurará: todo porque lo vio venir unas veces a casa y porque yo le tengo cariño. ¿Cómo no se lo había de tener, no?
-¿Y se convenció al fin de que pensaba un disparate?
-Así me costó de lágrimas y buenas palabras para traerlo a razón.
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María
RomanceJorge Isaacs He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquel a quien tanto amasteis y que ya no existe. Mucho tiempo os he hecho esperar estas páginas. Después de escritas me han parecido pálidas e indignas de ser ofrecidas como...