El día siguiente, doce de diciembre, debía verificarse el matrimonio de Tránsito. Después de nuestra llegada se mandó decir a José que estaríamos entre siete y ocho en la Parroquia. Habíase resuelto que mi madre, María, Felipe y yo seríamos los del paseo, porque mi hermana debía quedarse arreglando no sé qué regalos que debían enviarse muy de mañana a la montaña, para que los encontrasen allí los novios a su regreso.Aquella noche, pasada la cena, mi hermana tocaba guitarra sentada en uno de los sofás del corredor de mi cuarto, y María y yo conversábamos reclinados en el barandaje.
-Tienes -me decía- algo que te molesta, y no puedo adivinar.
-Pero ¿qué puede ser? ¿no me has visto contento? ¿no he estado como esperabas que estaría al volver a tu lado?
-No; has hecho esfuerzos para mostrarte así; y sin embargo yo he descubierto lo que nunca en ti: que fingías.
-¿Pero contigo?
-Sí.
-Tienes razón; me veo precisado a vivir fingiendo.
-No, señor, yo no digo que siempre, sino que esta noche.
-Siempre.
-No; ha sido hoy.
-Va para cuatro meses que vivo engañando...
-¿A mí también?... ¿a mí? ¿engañarme tú a mí?
Y trataba de verme los ojos para confirmar por ellos lo que temía; mas como yo me riese de su afán, dijo como avergonzada de él:
-Explícame eso.
-Si no tiene explicación.
-Por Dios, por... por lo que más quieras, explícamelo.
-Todo es cierto.
-¡No es!
-Pero déjame concluir: para vengarme de lo que acabas de pensar, no te lo diré si no me lo ruegas por lo que sabes tú que yo más quiero.
-Yo no sé qué será.
-Pues entonces, convéncete de que te he engañado.
-No, no; ya voy a decirte; ¿pero cómo te lo puedo decir?
-Piensa.
-Ya pensé -dijo María después de un momento de pausa.
-Di, pues.
-Por lo que quieras más, después de Dios y de tu... que yo deseo que sea a mí.
-No; así no es.
-¿Y cómo entonces? ¡ah! es que lo que dices es cierto.
-Di de otro modo.
-Voy a ver; mas si no quieres esta vez...
-¿Qué?
-Nada; oye: no me mires.
-No te miro.
Entonces se resolvió a decir en voz muy baja:
-Por María, que te...
-Ama tanto -concluí yo, tomando entre mis manos las suyas que con su ademán confirmaban su inocente súplica.
-Dime ya -insistió.
-He estado engañándote, porque no me he atrevido a confesarte cuánto te amo en realidad.
-¡Mas todavía! ¿y por qué no lo has dicho?
-Porque he tenido temor...
-¿Temor de qué?
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María
RomanceJorge Isaacs He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquel a quien tanto amasteis y que ya no existe. Mucho tiempo os he hecho esperar estas páginas. Después de escritas me han parecido pálidas e indignas de ser ofrecidas como...