Distancia

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Ya fuera por rabia o tristeza, Steve decidió empezar a crear una distancia que Natasha no podría alcanzar. Con lo que había cobrado de aquel cuadro (que decidió terminar usando a Wanda como modelo) aun no le llegaba para pagar aquella estúpida deuda, por lo que decidió hacer las maletas y buscar compradores como hacía antes. Por lo menos podría pagar una parte. Pero Petrovich lo quería todavía dentro del equipo. En esos momentos todo estaba tan mezclado que no podía huir. Su huida era más que evidente, no quería encarar a su amante todavía. Porque él no quería que fueran amantes, no quería las migajas de amor que le fuera dando, quería ser él único en su vida. 

Pero la poca distancia que había entre los dos no dio al olvido. Daba a un deseo casi enfermizo a que se produjera un breve pero intenso descuido, una noche solos, lo que fuera solo para tener un apasionado encuentro. Le volvía loco. Y podía verlo en aquellos ojos que tanto lo buscaban. 

- Malas noticias, chicos: la señorita Romanoff esta en cama- dijo Wanda Maximoff entrando en la cocina con su bandeja- Ha vuelto a enfermar y el señor cree que habrá que posponer la boda

- No digas eso- dijo Pietro antes de morder una manzana

- Pero ¿Qué tiene ella exactamente?- se atrevió a preguntar el pintor

- Algo raro y malo- solo supo decir la chica

Sabía que no debía preocuparse y seguir con aquella idea de poner distancia, pero sus sentimientos lo traicionaban y ansiaba tenerla en sus brazos y ser él quien cuidara de ella a pesar de no tener ni idea de medicina. A veces se sorprendía demasiado de lo idiota que podía llegar a ser. 

Llegada la noche, no pudo dormir con todas aquellas preocupaciones acechando su mente. Quería garabatear algo en sus hojas, pero seguían igual de blancas por ese bloqueo que se formaba. Se sentía acabado mentalmente. Solo por un momento la fugaz idea de coger sus cosas, el dinero y huir como una rata asustada había pasado por su mente. Absurdo. Él quería quedarse con ella, pero también irse por la boda. Se odiaba si mismo por pensar de esa forma.

- Steve, tenemos que hablar

Aquella voz salio de la puerta. No sabía en que momento, la señorita Romanoff había entrado con aquel suave camisón morado que alguna noche tuvo el placer de quitar. Como deseaba volver a quitárselo, pero oprimió ese deseo y metió sus manos en el bolsillo. Ella se acercó a él con paso y deseo firme.

- No tenemos que hablar nada, señorita- dijo de tal forma que molestó e hirió a la joven- Usted se va a casar y yo pintaré un hermoso retrato de recién casada. Ya no podré llamarla señorita. 

- ¡No digas eso! ¡Yo te quiero!- ella tosió fuerte y él pudo ver bajo la suave luz que era sangre. No estaba bien. Le preocupaba

- Lo mejor para ambos es la distancia. Dedique su tiempo en estar con su prometido o arreglando los últimos detalles del enlace. 

- ¿Puedes escucharme por un mísero momento?- se estaba impacientando demasiado- Escapémonos, Steve. Vamos lejos de aquí.

Con una negativa que le costó decir al pintor, pudo ver como la joven se marchaba. Quería romper las cosas que tenía a su alrededor. Quería pararla y hacerla entrar en su cama. Pero si se reprimía era porque no podía ser. La vida o concepto de hacer una familia estaba muy lejos si seguía casi obsesionado con ella. Le dolía amarla.

Poco a poco, el día del matrimonio se iba acercando, de la misma forma que el poco romance que habían vivido se iba alejando y perdiendo. Cada segundo lejos de ella, era una puñalada que Steve se callaba. 

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