Epílogo

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Si pudiera volar,
estuviera yendo directo a casa de regreso a ti,
creo que quizás daría todo,
solo pídemelo.


Había muerto. Me estaba viendo a mí misma desde donde quiera que me encontraba. Estaba tendida en la cama, con la piel blanca, lúcida, y fría.

Edward.

Le había dejado. Me odiaba tanto en estos momentos.

Estaba en una habitación totalmente blanca. Voltee en dirección a mis pies y tenía un vestido blanco reluciente además de estar descalza.

¿Así se sentía estar muerta?

Una luz me encandiló, entre cerré un poco los ojos para poder sopórtala. Mire en esa dirección y una silueta se dibujaba a lo lejos. Conforme se iba acercando pude asegurar que era de una mujer.

La virgen María.

En esos momentos quise correr y lanzarme a sus brazos. Necesitaba el cariño de una madre, aunque no fuera la mía. Estaba a punto de hacerlo cuando una pregunta me ataco abruptamente. En eso, ella habló.

– Coraline, cariño, encontraste el camino.
– No lo entiendo.– fui lo único capaz de decir.

Ella respiró profundamente.

– Veras, hija, lo que hiciste fue muy valiente. Te sacrificaste no nada más por él y por su familia. Lo hiciste por todos. Eres demasiado buena para estar allá. Te necesitamos aquí.

La mire confundida y desarmada.

– Sigo sin entender, madre. Yo nunca le di paso, no sé cómo entró.

– Te amenazaba en tus sueños, decía que si no le dejabas entrar en ti, entraría en él y lo mataría.

Me lleve mi mano a la boca. Oh, Edward, perdóname.

– Se aprovechó de ti, sabiendo que tú no tenías idea que él no puede entrar en Edward.

Qué. Ahora sí no entendía nada.

– El padre de Edward fue un hombre demasiado valiente, bueno y bondadoso. Al igual que a ti, lo buscamos en sus sueños, y le pedimos que nos acompañará de este lado del velo con un trabajo importante en el reino de El Trono. Accedió con la condición de cuidar a su familia de todo aquel que intente perjudicarlos, incluso en las circunstancias de Edward, que dejó de amar a Jesus.

Oh, Edward. Nunca me dijo nada. Siempre espere que él me dijera lo que pensaba o su pasado. Nunca quise o trate de forzarlo a hacerlo. Pero por qué.

– Lo hicimos. Hicimos el trato con George Styles, y es uno de nuestros mejores ayudantes en El Trono.

– ¿Por qué dejo de amar a Jesus?

– Creyó que se lo arrebatamos, nos puso como los villanos de la historia. Fue más duro para él que para su hermano porque por desgracia fue el pequeño Edward quien encontró a su padre muerto en su despacho.

– Oh, no.– mis manos estaban en mi boca, mis lagrimas amenazaban con salir.

– Después de eso el muchacho cambio, y se volvió cruel, antipático y vil. Su hermano nunca le dejo, pero muchas personas que sabían la historia llegaron a rumorar que él fue quien lo mató porque era el malvado del cuento a donde quiera que iba. Nunca le faltó el respeto a ninguna mujer, nunca hizo nada que ellas no quisieras, nunca mostró acto el cual confirmará esos rumores tontos. Pero su personalidad y frialdad era tanta que los llevó a eso.

Oh, Edward.

– Me hubiera gustado que él me lo estuviera diciendo.– comenté.

– No seas tan dura con él, tú hiciste con él en días lo que su hermano hizo en años.

Volví a mirar hacia bajo y Edward seguía en la misma posición. No suelta mi mano ahora con marcas de clavos en ella, en la otra y en mis pies.

– Yo no debería estar aquí, a mí ni siquiera me lo pidieron. Yo solo estaba comenzando a ser feliz.– sollocé.– Y él también.

–Hija.– toco mi hombro delicadamente.– ¿Quieres estar aquí, de este lado del velo, en nuestro reino?

– Lo siento, pero no. Quería estar aquí cuando fuera mi tiempo. Quería dejar mi descendencia: hijos y nietos y terminar mi labor en la tierra.– sollocé más fuerte.

Ella asintió.

– Bien, hay dos opciones, hija: la primera ya la sabes, la segunda es regresar, pasar el velo entre los vivos y los muertos.

– ¿De verdad puedo regresar? – dije sorprendida.

– Sí. Pero habrá consecuencias.

Fruncí el ceño.

– ¿Cuáles?

– Lo podrás ver de dos maneras, será tu decisión: puedes verla como un Don o como una maldición.

– ¿Qué?– susurre.

Pensé que este era el cielo.

– Tendrás la capacidad de ver fantasmas. Si lo quieres utilizar como Don: ayudarás a los que están aferrados a la tierra a encontrar el camino al otro lado del velo sin marcha atrás.

– ¿y la maldición?– pregunte.

– Tendrás que seguir unas reglas muy estrictas: la primera; no te dejes intimidar por su toque frío y no les hagas saber que los ves, mientras tú decisión es la maldición. Segunda y no menos importante: nunca tientes al destino.

Okay.. No sé. De verdad quiero regresar pero esto es mucho. Ver fantasmas. Siempre le he tenido más miedo a los vivos que a los muertos pero...

– ¿Qué hay de los demonios como el que me entro? ¿También los veré a ellos?

– Sí, de eso se trata la segunda regla. Sé que eres muy noble, pura y bondadosa, Coraline, pero así cuando veas uno de ellos asechar a un cristiano, no te tienes que inmutar para nada en su presencia. No podrás hacer nada.

– ¿y si la decisión es el Don?

– ¿Lo ves? Eres demasiado buena. Cualquier decisión que tomes, estaré ahí para guiarte, hija.

Asentí. Inhale profundo.

– Bien, acepto, madre.

Voltee a verla pero ya no estaba a mi lado. Y de pronto, todo estaba oscuro, ya no era blanco.

Y sentí estar acostada, en una cama. Por increíble que suene, sentí como el algo dentro de mi pecho volvía a latir y un líquido caliente recogía en todo mi cuerpo. Mis pulmones pedían aire así que en un intento desesperado inhale fuertemente abriendo los ojos.

Edward se exaltó. Su cara era asustada por el ruido para después volverse de asombro.

– Coraline.– su voz apenas era un susurro.

Oh, Edward. Sí, cariño, estoy aquí, regrese. Quería decirlo pero mi garganta ardía y dolía un cielo.

Salté y lo abrace, al principio su sorpresa podía con el momento, después reaccionó.

– Sí, eres tú.– su voz estaba más ronca de lo normal por el llanto que no sé cuánto tiempo fue.– Regresaste.

Los dos comenzamos a llorar como lunáticos.

– ¿Qué fue lo que pasó, Coraline? Había jurado que...– las palabras abandonaron su labios.

– Sh...– besé sus labios y fue hermoso.

Era aquí a donde pertenecía. En sus brazos. Sus besos son mi medicina y su amor es mi impulso para seguir aún estando rota. Es él.

No sabía si había tomado la decisión correcta o no, pero esto era lo que quería, y si me volvieran a preguntar lo volvería a elegir a él.

"Let me in" H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora