Aviones de libertad

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Todos los días, cuando vuelvo a casa, voy por la misma calle. Pero un día estaba en obras así que me desvié por otra. El camino era más largo, pero no podía hacer nada. Pasé por allí como tres días más antes de darme cuenta que cada día había un avión de papel en el suelo. Todos los días que fui pasando lo vi allí, perfectamente doblado y limpio sobre el asfalto. Miré a mi alrededor, a la derecha había un gran descampado vallado y la izquierda una calle de casas. Podría ser de cualquiera, o de alguien que pasaba por la calle. Poco a poco me fue dando igual coger el camino largo a casa aun si las obras habían terminado en la otra calle. Me fascinaba todos los días encontrar un nuevo avión de papel en el suelo, pero nunca los recogí, solo los miraba y seguía mi camino.

Un día que tenía vacaciones y mucho tiempo libre -hay que decirlo- estuve en la esquina de la calle a la espera de que apareciera el avión. Había traído algunas cosas para pasar las horas mientas esperaba, aunque siempre con un ojo sobre la calle. Esperé y esperé. Abrí el envoltorio del bocadillo, pues mis tripas ya me pedían la comida, cuando vi descender veloz el avión que tanto esperaba. Inmediatamente soltando todo, me dispuse a ver quién era el creador. Una ventaba se había abierto y de ella ondeaba una fina cortina verde pálido. Me apresuré a ver quién había en el interior, pero no puede alcanzar a ver nada. Suspiré apagado y me dirigí hacia el pequeño avión que había pegado contra la red metálica. Entonces vi algo que me sorprendió, al otro lado, en el descampado sobre una pequeña colina de tierra descansaba un brillante avión de color rosado, más abajo y lejos de él, rebosaban múltiples aviones de papel de diferentes colores, pero ninguno blanco. No estaba seguro de que podría ser eso, ¿una competición? ¿Un juego? De lo que estaba seguro es que el que tiraba esos aviones blancos no conseguía pasar la valla metálica. Haberlo tirado yo desde donde estaba no le hubiera hecho sentir orgullosos, así que recogí el avión y se lo dejé en el portal.

Pasaron algunas semanas aunque la última no pude pasar por esa calle debido a las obras, así que en el momento que permitieron el paso volví raudo a ver de nuevo esos blancos aviones de papel que buscaban la libertad. Para mi desilusión, ese día no hubo ningún avión. Ni ese día y al siguiente ni al otro. Me quedé observando la ventana ahora cerrada y con un cartel de "Se Vende" colgado. La valla chirrió ante mis dedos, me gire y -con cara de haber descubierto un enorme botín- se me iluminó la cara al ver el esperado avión blanco paralelo al rosado. La euforia se me desbordó, lo había conseguido, no sabía cuánto tiempo lo habría estado intentando, pero por fin había trasladado la valla y ahora era libre junto a los demás.

Hoy sería el último día que pasaría por esa calle, pues ya no había razón para volver. Un "espera" desde la ventana hizo que me parara. La puerta de la casa se abrió dejando salir a una mujer acompañada por un niño pequeño. Me dijo que su abuela había estado tirando un avión de papel cada día intentando alcanzar, en el descampado, a los otros aviones. Esa curiosa rutina se remonta a cuando ella era joven y hacían eso entre los amigos. Cada color representaba a una persona de su grupo y que ahora ya todos se habían marchado. La señora se sintió muy aliviada de poder decirme que su abuela había dejado un último mensaje para mí, porque se había dado cuenta de mí presencia todos los días que fui. Las últimas palabras fueron un avión de papel blanco con rayas rojas y mi hipótesis de seguir con su legado. O al menos, antes de que llueva, terminarlo.


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Historias de un Observador (Publicada y finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora