Sellado con un beso II

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Sulpicia, Aro y Félix habían llegado a Forks el quince de agosto. Cuando dos semanas más tarde aún no daban muestras de irse pronto, nadie se atrevió a preguntarles tampoco cuánto tiempo más se pensaban quedar. Alice no podía verlos irse de un modo inmediato, como tampoco podía ver a Aro ni Sulpicia tomando una decisión sobre nuestra condena o absolución. Alice los veía de regreso en Italia, pero era una visión vaga y de algún modo atemporal. Regresarían a Volterra... algún día.

Pero las vacaciones se acabaron para quienes teníamos una farsa humana que llevar adelante, y Alice, Edward y yo tuvimos que regresar a clases. Reinscripción, compra de útiles y elección de ropa corrieron por cuenta de Alice, que estuvo feliz de ocuparse de todo.

De modo que empezamos el último curso en la escuela secundaria de Forks, con tres de los Vulturi aún cómodamente instalados en la casa de los Cullen. La situación sólo podría haber sido más rara si le hubiésemos agregado unos enanitos verdes bailoteando por ahí o algo así.

Los primeros días de clases me parecía estar viviendo una especie de vida paralela cuando entraba al viejo edificio escolar. Allí todo era tan normal que contrastaba con eso en lo que mi vida se había convertido últimamente, que no sabía muy bien cómo definir, pero ciertamente no era normal.

Ángela, Jessica, Mike, Lauren, Tyler, Eric, Ben... el señor Banner, el entrenador Clapp, la señora Cope, el señor Varner, la profesora Goff, el señor Berty... todos ellos eran tan normales, que a veces me tomaba por sorpresa encontrarme en medio de una clase de trigonometría, inglés o biología, teniendo que recordarme que no debía respirar dentro de ese aula cerrada y que si seguía mirando fijamente a la nada sólo conseguiría llamar la atención.

Los días pasaron sin pena ni gloria, entre deberes escolares, cocinar para Charlie, y preocuparme por que ninguno de los Vulturi diese la menor muestra de estar por irse.

Antes de lo pensado, estábamos a diez de septiembre y Alice me estaba organizando una fiesta de cumpleaños.

-Es ridículo –me quejé yo cuando a Emmett se le "escapó" lo de la fiesta, en venganza porque Alice otra vez le había ayudado a Jasper en el ajedrez-. ¡Ya no cumplo años! ¡No envejezco, no cambio en absoluto...!

-No, pero cumples años –declaró Alice con el tono más rotundo imaginable, apuntando algo más en una larga lista que tenía ante sí-. Oficialmente, cumples dieciocho años. En verdad, cumples dieciocho años por primera vez en tu vida, Bella, eso es una ocasión especial y merece ser festejado.

Era media tarde y estábamos en casa de Edward, supuestamente terminando una investigación para la escuela. A Charlie le dijimos que teníamos tarea que hacer, y que la conexión a internet de los Cullen funcionaba mucho mejor que la mía, de modo que nos íbamos a su casa a terminar de buscar la información que necesitábamos. Charlie de todos modos no entiende mayormente de computación, de modo que se limitó a recordarme que no regrese demasiado tarde.

-Dar una fiesta cuando en realidad ni siquiera se cumple años es inapropiado –objeté.

-Dar una fiesta es tan apropiado en toda circunstancia que no sea un velatorio que casi parece pasado de moda –dictaminó Alice, revisando la lista y tachando algo con el ceño fruncido-. Hum, creo que podemos dejar de lado la piñata.

-¡Podemos dejar de lado toda la fiesta! –protesté, enfurruñada.

-De ninguna manera –rechazó Alice, sin variar el tono de voz-. Tu cumpleaños es el único que tiene algún sentido o lógica festejar, y vamos a tirar la casa por la ventana.

-¡Eso sí que no! ¡No quiero fiesta, y por sobre todo no quiero regalos!

-Yo organizo el cumpleaños, es asunto mío si habrá regalos o no –replicó Alice, impertérrita.

El jardín de senderos que se bifurcanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora