Los árboles mueren de pie

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Edward estaba de lo más entusiasmado por la llegada de mi madre. Tenía curiosidad por conocerla, casi tanto como ansiaba ser presentado ante ella como "mi novio". El muy tontorrón parecía creer que eso haría nuestra relación más oficial si cabe, aunque su excusa era que tenía mucho interés en oír su mente y así tratar de averiguar más sobre mi escudo mental.

El resto de los vampiros de Forks estaban más o menos amablemente interesados en conocer a mi madre, sin la irritante curiosidad de Edward, pero sin particular apatía tampoco. Esme había prometido invitar a Reneé varias tardes, y me pareció que le interesaba de verdad conocer a su "consuegra" (aunque nadie, ni por broma, usaba ese término: todos estaban al tanto de mi aversión al matrimonio).

Charlie aseguraba que nada de eso le importaba y actuaba con la más completa normalidad y jovialidad, lo cual confirmaba mis temores de que la visita de mi madre lo afectaba más de lo que él reconocía y yo había temido.

En lo que a mí respecta, tendría que haberme salido una úlcera si fuese humana. Los nervios de las últimas semanas me estaban matando, bueno, figurativamente. Primero fue la visita de los Vulturi, después esa oferta/sentencia de la que aún no habíamos encontrado la forma de salirnos elegantemente, ¡y ahora mi observadora madre! Era una suerte que no podía engordar, arrugarme ni enfermarme, porque de otro modo...

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-No entiendo qué te tiene tan nerviosa –opinaba Rosalie dos días más tarde-. Es tu madre quien viene, no el FBI.

Era una de las noches en que había "fiesta de pijamas" en casa de los Cullen, al menos oficialmente. Extraoficialmente, lo que había era noche de chicas, con todas las cosas aterradoras que eso incluye: música, maquillaje, esmalte de uñas, películas de chicas, y desfile de modas a manos de Alice. Aterrador.

-Para el caso, creo que prefiero el FBI –admití, mientras Alice seguía con su recientemente aprendida técnica de uña esculpida en mi mano derecha. La uña esculpida, pese a su nombre, consistía en pintar cada uña como si fuese una minúscula pintura, algo tonto en mi opinión y maravilloso en la de Alice.

-Vamos, no es tan grave. ¿Temes más el hecho que ella vea que tienes un novio, o el que ella es humana y por lo tanto susceptible de sangrar y tentarnos a todos? –indagó Rosalie, mientras con estudiada indiferencia gastaba una lima de uñas contra sus perfectas uñas. Desde luego, las uñas de las vampiresas no se gastan por algo tan mínimo como una lima pasando por ellas, de modo que lo que se gastaba... era la lima.

-Creo que las dos cosas van más o menos parejas –no me quedó más remedio que confesar, entrecerrando los ojos. Estaba cansada, no físicamente, pero me sentía cansada-. Mi autocontrol dista de ser muy bueno, ni si quiera tengo ojos completamente anaranjados, aunque con un poco de suerte ya no estarán rojos para cuando ella llegue. Respecto a lo otro, un novio en la adolescencia es algo que me equipara a todas esas chicas frívolas y vacías a las que mi madre me enseñó a despreciar desde que tuve ocho años. Amo a Edward, pero de ser posible me ahorraría el mal trago de presentárselo a mi madre. Charlie ya fue bastante difícil.

-¿Difícil? –bufó Rosalie, mientras Alice soltaba una risita-. ¡Se besaron como si quisieran comprobar que las amígdalas del otro seguían en su sitio al momento de llegar Charlie a casa! Eso no es lo que yo llamo una explicación muy elaborada.

Abrí los ojos sólo para echarle una mirada envenenada a Alice, quien seguía pintando mis uñas con esmero.

-Yo sólo dije que se habían besado con ganas –se defendió con una gran sonrisa-. El resto es añadido de Rose, no fui yo quien lo dijo.

-Lo insinuaste –señaló Rosalie, con una sonrisa burlona.

-Puede ser –concedió Alice, risueña.

El jardín de senderos que se bifurcanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora