Arte.

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¿Era posible?...
¿Qué había pasado?...
¿Por qué?...

Las mismas preguntas de siempre.
Las mismas respuestas: desconocidas.
Esto ya estaba hartándolo al punto de enloquecer... "Ya... no más..."

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— Qué día tan extraño...
"Hacía mucho que no estaba tan tranquilo... un~", pensaba Deidara, recostado en el césped y viendo el cielo. Al fin había tomado un descanso de sus perseguidores, que tenían semanas detrás suyo. No había podido dormir bien y tenía que esconderse a piedra y lodo de ellos, era demasiado molesto.

"Y todo por amor al arte..."

Para él valía la pena, pero odiaba el hecho de ser perseguido sólo por tratar de perfeccionar sus habilidades de forma "poco convencional". Desde aquel día se dio cuenta que no podría curar la ignorancia ajena. "Estúpida gente de mente pequeña, ¿qué saben de arte si están ciegos?"...
Aunque, sólo tal vez, estuvo un poco mal robar la técnica secreta de la aldea...
"Nah, para nada... Es más bien cosa de idiotas."

~.
— Oonoki-sensei... ¿Usted cree que mi arte es bello? — preguntó un pequeño niño al mayor.

La noche de clima húmedo apaciguaba el ambiente y había dado lugar a una charla tranquila cerca del balcón, donde ambos podían ver la aldea con su tránsito sereno propio del crepúsculo, los aldeanos llegaban a casa y abrían algunos negocios, iluminando las calles con las luces de las casas que se encendían en colores amarillentos y blancos.

— Deidara... — llamó con paciencia el más grande — Las cosas que haces son maravillosas pero, ¿no crees que debas procurarlas y conservarlas en lugar de lanzarlas y destruirlas? — llamó al jovencito a su lado.

La extraña manía de su alumno siempre le había llamado la atención, desde muy joven le gustaba hacer manchas y agujeros en las paredes o figuras con los escombros, por no mencionar ciertos incidentes con su gusto por el fuego y quemar sus juguetes. Estaba bien que fuese algo excéntrico (incluso para su edad), pero su punto artístico exageraba los rasgos bizarros de su mala conducta infantil.

— ¡Pero es que, Oonoki-sensei, el destruirlas es parte de su maravilla! — los ojos del pequeño brillaban entre los mechones rubios que le llegaban a los hombros.
— Ah, ¿sí?... ¿Y por qué lo piensas?
— El simple hecho de que no duren, las hace bellas. Son bellezas que desaparecen, ¡arte que no puede ser comparado, un!
— Haha, ¿arte? Vaya, ¡qué palabras tan rebuscadas para un niñito de tu edad! — dijo Oonoki, dándole una palmadita cariñosa en la cabeza — Bien, ya que tanto amas lo "efímero", ¿por qué no te unes a la Academia Ninja de la aldea? Creo que irá bien contigo, además que aprenderás artes ninjas elementales...
— ¿Efi-?... ¿qué es eso-? No, no, ¡tonterías! Es otra excusa para obligarme a estudiar, ¿verdad? ¡Nada de eso me va a servir para mi arte, un!
— ¡Ha! — su voz proyectó una carcajada cansada — Bueno, es algo pronto para decidirlo. Piensa bien qué quieres hacer una vez crezcas... No puedes estar todo el tiempo dedicándote a moldear arcilla, Deidara. También deberías servir a la aldea, todo el mundo espera muchas cosas de ti...
— ¡No me importa el mundo, Sensei! ¿No me van a dejar ser un artista? — Deidara se retiró dos pasos hacia atrás — ¡Están locos! ¡Mi vida será al arte! ¡Cada cosa que he creado y crearé será arte grande en verdad, un! — la muletilla nasal con la que terminaba cada frase hacía ver, más que como una advertencia, un berrinche.
— Yo también sé que harás cosas muy grandes, Deidara...
— ¡¿De verdad lo cree, Maestro...?! — la emoción se desbordaba en la cara del menor — Es decir... *Ejem*, ¡claro que sí! — la soberbia le hizo tomarse del mentón — ¡Sólo míreme bien! ¡Mi arte superará sus técnicas aburridas y polvosas, Sensei, un!
— ¡Hahaha! ¡Ya lo veremos, ya lo veremos! — dijo el anciano revolviendo su cabello.

Cada que amanece.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora