Capítulo I

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Luego de tres meses, logre inscribirme en una de las prisiones de Seúl. Digo, en una escuela.

Había cumplido 18 años unos días antes de la muerte de Celeste, y en mi país, puesto que nunca antes había repetido, tendría que estar organizando los requisitos para ingresar a la universidad. Aquí, sin embargo, no me sentía ni con la inteligencia de un niño promedio de cuatro años, por lo que decidí seguir en la secundaria e iniciar la universidad el año entrante. O el otro.

Luego de presentarse, sentí más de treinta pares de malditos ojos observando mis movimientos. Maldita sea, odio demasiado ser observada.

Me senté en el rincón más apartado del salón, ignorando la recomendación del profesor de sentarme con... En realidad ni escuche con quien.

Sabía un poco de coreano gracias a Ariana, que amaba el k-pop, por lo aprendimos el idioma juntas. Yo, por mi parte, lo aprendí porque estaba aburrida, y en cuando al k-pop, jamás hice más que tararear Wolf de Exo o Error de Vixx para luego golpearme la cabeza y maldecir a mi amiga por haberme pegado sus canciones.

Sin embargo, no era lo mismo entender unas canciones que comprender a un coreano al hablar sin la ayuda de un diccionario turístico o un profesor asiático. Fue por ello que no entendí casi nada de lo que me dijo mi compañero de adelante.

Le lance una mirada de muerte, esperado hacerme fama de extranjera antisocial que da miedo o algo así. El chico no lo entendió, pero luego de mirarme unos cuantos segundos sin obtener repuesta por mi parte creo que comenzó a verme como niña con falta de capacidad comunicativa.

Lo bueno es que se alejó de mi. Lo último que quería eran nuevos amigos. Después de todo, en mi país había aprendido que los amigos son sólo enemigos que aún no te han atacado, y siendo una bruja vudú, no podía darme el lujo de un nuevo enemigo.

Aún así, la chica de al lado de mi banco se acercó para hablar conmigo. Maldita sea ¿Es que los coreanos no comprenden lo que es un antisocial?

-¿Acabas de ignorar a L?- preguntó una muchacha de cabello largo y negro.

-¿Ah?- pregunté. Había entendido la pregunta, pero tardé en darme cuenta que L era el joven que me había hablado antes.

-¡Ignoraste a L!- grito la chica.

-Si- dije -¿Qué tiene?

-Pues... Es L... El de Infinite.

Correcto, si no dejaba de repetir que era L, haría un muñeco vudú de ella y le clavaría una estaca en la cabeza hasta que entendiera que no me interesaba en lo más mínimo.

-¡¿Qué carajo es Infinite?!- pregunté en un coreano con más de diez mil fallas en cada palabra, habiendo perdido la paciencia. La chica me entendió, y me mostró una foto en su celular, en la que aparecían siete chicos. El del costado derecho era el que me había hablado.

Pero aún no tenía ni la más vaga idea de quienes eran.

-Claro...- contesté, sin saber que más podía decirle.

El profesor salió del salón y los alumnos hicieron lo mismo. Yo, por mi parte, copie la acción, aunque había estado demasiado ocupada no entendiendo como para escuchar que había terminado la clase.

-¡Celina!- grito una chica rubia detrás de ella.
La chica de pelo negro, que aparentemente se llamaba Celina, se dio vuelta y vio a la muchacha rubia.

-Hola Cintia- dijo ella -Ella es...- dijo mientras me miraba, pretendiendo que yo dijera mi nombre.

-Samira- contesté fría.

Fue entonces cuando note que tanto ellas como yo no teníamos nombres coreanos. Pero no quería preguntar, porque si lo hacia, les estaría dando la oportunidad de decir que quiero ser su amiga. Y no quería.

-¿No sos coreana, verdad?- preguntó Cintia, como si tuviera la capacidad de leer la  mente.

-No- dije. En realidad no quería hablar del tema.

Recordar el país en el que había nacido era evocar mi infancia y el pasado. Y era lo que menos necesitaba.

-¿De donde sos?- preguntó Celina.

-Latinoamerica- contesté, sin querer decir mi país de origen.

Ellas me dijeron que eran primas, que habían nacido en Latinoamerica como yo pero que a sus cuatro años habían venido a Corea, por lo que manejaban los dos idiomas. Celina tenía 18 y Cintia estaba por cumplirlos.

Hermosa historia, lástima que no les había pedido que me la contaran.

Y al final, sin que yo lo quisiese, al acabar el día ya tenía a dos personas sin nada mejor que hacer que estar conmigo.

O como la gente normal les llama: amigas.

Muñeca Rota (V/ Taehyung De Bts)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora