Sugal Garypeter

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Lo conocías desde hace mucho tiempo.

Fue una coincidencia, a pesar de que él negara que fuera así.

Estabas a punto de entregar el último flechazo cuando lo viste.

Escondido entre los arbustos, con un cigarro en su boca mirando el horizonte con cierto aburrimiento.

Era un ser muy raro. No podías detectar ninguna reserva de amor en todo su cuerpo.

¿Que cómo sabías esto?

Eras una criatura muy odiada y querida a la vez en el mundo humano, te llamaban Cupido.

No eras la única cupido, había varias como tu y cada una designada a cierta área para entregar amor a las parejas.

Al hacer esto recolectabas una clase de materia que les hacía inútil a los ángeles y demonios y por ello no los molestaban cuando lo hacían.

¿Que cómo lo recolectabas?

A lo largo de la vida de los humanos, ellos contendrán - por muy mínima que sea la cantidad - una reserva de materia gris. Tu trabajo, mediante flechas y un arco encantado, es hacer que esa materia crezca hasta que, en el momento de su muerte, la puedas recolectar.

De esa manera es que pudiste ver que aquél hombre no era normal. No había nada de materia gris en él. Y tú, siendo tú, te acercaste sin preámbulos en tu forma humana hacia él.

"¡HOLA!" Exclamaste alegremente. Los ojos del misterioso y serio chico se abrieron una milésima parte, pero inmediatamente volvieron a su estado frío y neutral. Sus ojos te escanearon de arriba para abajo, para después emitir un pequeño suspiro de irritación. 'Ups, ¿lo habré interrumpido en algo?' Pensaste.

"Una Cupido. Qué curioso. Pensé que se habían extinguido." El misterioso hombre dejó su cigarro y lo aventó hacia arriba. Justo en ese momento, una ventisca llegó para llevárselo y tirarlo justo en el bote que estaba a un par de metros de ahí.

Tus ojos se abrieron en asombro y tomaste una bocanada de aire.

"¡Wow! Eso fue genial, ¡tienes que enseñarme cómo hacer eso!" Exclamaste mientras robabas el poco espacio personal que al pobre hombre le quedaba. Parecía incómodo y molesto, pero a ti no te importó.

"Tch." Se alejó un par de pasos de ti. "Mira-" El sonido de tu reloj al pitar interrumpió su frase. Levantaste tu muñeca y viste que era hora de tu merienda. 

"¡Oh, vaya! ¡Pero mira qué hora es!" Tus ojos se iluminaron de emoción al tiempo en el que se te ocurrió una fantástica idea. "¡Acompáñame a merendar!" Empezaste a reír y lo jalaste de su manga, atrayéndolo para que te acompañara.

"Oi. Para ya." Dijo con irritación, haciendo que explotes en pequeñas risillas.

"Nope."

Él no puso más resistencia y discretamente caminó a tu ritmo, tratando de descifrarte y, hasta la fecha, no ha podido.

En sus palabras eras una persona con demasiada impredecibilidad y que traías problemas a dónde sea que vayas.

Después de ese día, tu lo frecuentabas a él muy a menudo, acompañándolo en el mismo sitio en donde lo encontraste.

Ambos aprendieron de sus vidas y descubriste la razón por la cual no tenía materia gris: era un demonio. A ti no te importó, claro está, e incluso te emocionaste con la noticia, a lo cual el sólo hizo una mueca rara que parecía que decía: ¿qué diablos?

Por mucho tiempo en eso se basaban sus tardes, al punto en el que él ya podía hacer conversaciones contigo y llamarte por tu nombre; no mocosa o niña como lo solía hacer.

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