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A Mónica, mi hermana.

Su diagnóstico inspiró este relato.


Como cualquier niña soñadora, yo esperaba ser la campeona del mundo. Entrenaba con toda mi energía, y en mis días libres, practicaba lo que más me gustaba en casa. La gimnasia era mi vida, y para lograr cada objetivo, no tenía límites. Pero todo comenzó sentirse diferente cuando en mis entrenamientos, yo no parecía estar tan fuerte como siempre.

Mi resistencia se iba abajo cuando intentaba alcanzar el final de la cuerda. Mi equilibro parecía estar fuera de control y a veces mi visión se volvía en una gran molestia. Lo dejé pasar, pensando que eran malos días, pero entonces comprendí que había algo malo conmigo.

Caminaba con mis manos en el calentamiento, había dado pocos pasos, simples y firmes como cualquier día, era un ejercicio básico. Un paso con la mano izquierda, un paso con la mano dere... ¿Qué pasó? Caí. Mi mano, no siento mi mano. Mi entrenador no lo comprendía. ¿Qué me está pasando? No podía sentirla, no podía moverla. Llegué al hospital.


El doctor me vio haciendo énfasis en su seriedad. ¿Sabes lo que esto significa?

Esclerosis múltiple, no tengo idea de qué es eso.


Isa. Mi mamá me decía mientras se limpiaba las lágrimas. Tu vida está por cambiar, tienes que tomar decisiones.


No más gimnasia. Tuve que anunciar a mis compañeras de equipo. Ya no puedo seguir.

Por supuesto, ellas no lo entendían. Pero no dejes que eso te venza, puedes recuperarte y volver, no renuncies.

¿Cómo? En pocas semanas, caminar se volvió la parte más complicada del día, no había nada que hacer. Comprendí que el medicamento solo me serviría para simplificar los síntomas. No hay cura, no hay cura ¡no hay cura! Tanto trabajo, tantas horas invertidas, tanto esfuerzo y tanta ilusión. Tanto di de mí, para terminar así.

No has terminado nada, Isa, aún tienes mucha vida por delante.

¿Qué vida voy a tener? No puedo ni tomar un baño tranquila.


Por un tiempo estuve decidida a no dejarme vivir. Muy complicado salir, una gran molestia mi alimentación. Mucho estorbo acompañar. ¿De qué servía mi presencia? Si a veces, hasta era complicado hablar. Dejaba de sentir mi lengua, sentía hormigueos en la cara, me dolían los ojos. ¿Y la gimnasia? Un sueño del que debía olvidarme.


Me sacaron al parque.

¿Por qué?

No lo sé, les preocupo y a veces hacen cosas ridículas. Pero estuvo bien. Tuve una idea.


Había una niña que arrastró su silla de ruedas hasta los juegos. Se agarró del pasamanos y lo atravesó varias veces con una enorme fuerza en sus brazos. Sus papás la observaban sonrientes, no la ayudaron, ella lo hizo todo. ¿Puede existir un lugar así? En el que no haya complicaciones, nadie detenga a nadie y podamos crecer a pesar de sentirnos terminados.


Me van a dar el espacio en el gimnasio.

¿Vas a arrancar el proyecto entonces?

Sí, no sé cuántos lo necesiten, pero espero que sirva.


Al principio me sentí devastada. Creía que un camino era como una carretera recta, infinita y sin cruces. Creía que esto me había tocado como forma de ponerle fin a mi era. Pero entonces comprendí, que todo había sido necesario. Que un sueño no se acaba, ni se complica, sino que sigue, sigue hacia arriba y siempre tomando formas distintas. Tal vez no he recuperado del todo a mis piernas, tal vez a veces mi fuerza parece inexistente, pero lo que he aprendido, lo que he conocido, lo que me he detenido de hacer y lo que me he animado a seguir son oportunidades que no hubiera conseguido si mis neuronas actuaran distinto.


Cerebros (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora