Capítulo 9: ¿Vuelta a la normalidad?

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El corazón me latía con tanta rapidez, que temía que se me saliese del pecho. Aquel disparo había sonado cerca. Muy cerca. Demasiado.

Esperé en silencio mientras notaba cómo el pulso me volvía a la normalidad.

Silencio. Parecía que el campamento se hubiese quedado congelado en el tiempo. Ni murmullos, ni gritos, ni siquiera se escuchaban pasos en el exterior.

Estiré el cuello hacia la ventana. Todo estaba desierto. Fruncí el ceño y caminé silenciosamente hasta la puerta. Cuando fui a empuñar la manilla, me percaté de que me temblaba la mano. Abrí la puerta con sumo cuidado y asomé la cabeza por el hueco.

-¿Qué ha pasado?- Arthur me daba la espalda, mirando hacia la espesura del bosque.

-Sh- me ordenó callar sin girarse.

Ambos guardamos silencio a la espera de algún tipo de señal; de alguien que nos dijese qué es lo que había ocurrido; algo. Algunos otros más, al igual que nosotros, aguardaban expectantes en las entradas de sus cabañas, pero nada ocurrió.

Cuando la mujer de enfrente se dio media vuelta para volver a meterse en la casa, escuchamos gritos procedentes del bosque, muy al final de la línea de cabañas que constituía nuestra pequeña aldea en construcción. Las voces cada vez se escuchaban más cerca y yo me sentía incapaz de mover un solo músculo. Simplemente me atenía a observar en la distancia intentando visualizar alguna figura.

-¡Rápido! ¡Rápido ¡Rápido!- gritó una voz grave y masculina.

Cinco siluetas emergieron de entre los anchos troncos de los árboles y se dirigieron a toda prisa hacia nosotros. Giraron antes de entrar en nuestra calle y corrieron en dirección a la caseta de enfermería. Cuatro de ellos llevaban a alguien en el aire que no alcancé a ver. Un herido. O una herida. Todos ellos desaparecieron por la parte trasera de las cabañas junto con los últimos rayos de luz que lo sumieron todo en la oscuridad.




Me puse mi jersey ancho gris y metí las llaves en el bolsillo. Estaba preocupada por lo previamente ocurrido. Y de alguna manera, al ponerme aquella prenda que tantos días había utilizado allí, en la Tierra, me hacía sentir segura, como si aquel calor que me daba, fuese un abrazo de mi familia, y de algún modo, me tranquilizaba.

Salí por la puerta con paso decidido rumbo a la gran carpa que era el comedor. Arthur, que se había convertido en mi sombra, me siguió muy de cerca.

-¿Qué crees que habrá para cenar?- me preguntó con normalidad.

-¿Tengo pinta de adivina?

-Más bien de bruja- bromeó él. Llevaba tiempo sin soltar alguno de sus molestos comentarios. Aunque sabía con certeza que tarde o temprano soltaría alguno. No podían faltar.

Crucé la tela que daba entrada a la cantina haciendo caso omiso de lo que me acababa de decir aquel zopenco.

-Niña plasta a las doce en punto- me susurró Arthur alargando el cuello hacia mí.

Yo puse los ojos en blanco a modo de respuesta y esbocé una gran sonrisa cuando Alana se aproximó a nosotros.

-Hola- me saludó con esa dulce y agradable voz de niña que tenía.

-Hola, Alana. ¿Qué tal te ha ido la tarde?

Alana era cuatro años menor que yo, bajita, con la cara redondita y mofletes esponjosos, pelo corto de un color marrón muy claro con ondas y aparato en los dientes. Había entablado amistad con ella un par de días antes, cuando la había visto sentada sola en una mesa apartada. En su momento había acudido a ella para librarme de tener que soportar el parloteo de Arthur, pero en poco tiempo descubrí lo interesante y agradable que era estar con ella.

Destino: SylumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora