Capítulo 5: Preguntas sin respuesta.

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El capitán Collins había abandonado la cabaña hacía ya un rato (llevándose consigo las tres carpetas de encima del escritorio) y yo seguía sentada en el borde de la cama mirando mi maleta. Todo a mi alrededor estaba sumido en la oscuridad, y lo único que brindaba algo de luminosidad a la estancia, era la tenue luz de la "luna" de Sylum que se filtraba por la ventana que había tras de mí, creando distorsionadas sombras en el suelo de las ramas de los árboles. Me había quitado las zapatillas, pero aún no me había cambiado al pijama, ya que para hacerlo, debía abrir la maleta, y me aterraba hacerlo: me asustaba abrir algo que estaba lleno de cosas de la Tierra, de mi antigua vida, porque temía que los recuerdos inundaran mi mente y consiguiesen derrumbarme. Respiré hondo y me puse en pie. Sentí el frío suelo de madera en las plantas de mis pies mientras caminaba lentamente. Me arrodillé frente a la maleta de color gris y abrí la cremallera. Suspiré. No estaba preparada para abrirla. No estaba preparada para asumir la realidad. Meneé la cabeza: ¿pero de qué demonios estaba hablando? ¿De verdad estaba tardando tanto en abrir una maldita maleta? Definitivamente le daba demasiada importancia a las cosas. Lo más seguro es que hubiese sólo ropa y material para pintar, así que, ¿de qué tenía miedo? Sin darle más importancia al asunto, levanté la parte superior, dejándola totalmente abierta. El aroma del suavizante que utilizaba mi madre para limpiar la ropa me azotó en la cara como si un portal hacia mi casa se hubiese abierto en aquel preciso instante. Dentro de ella, lo único que había eran prendas de vestir y material de dibujo, tal y como había supuesto. Nada de objetos personales de mi familia. Suspiré y saqué el pijama (compuesto por un pantalón corto rosa y una camiseta de manga corta ancha y de color gris) y entonces, bajo éste, descubrí un pequeño papel. Una instantánea. La cogí con delicadeza y la acerqué a mi rostro para poder verla mejor. Me acordaba perfectamente del día en que nos sacamos aquella fotografía. Acabábamos de comprar la primera bicicleta de Jack, el cual se encontraba sentado en ella con una sonrisa de oreja a oreja. A su lado estaba yo, mirando también a la cámara, abrazada a mi padre, que tenía la cabeza apoyada en la mía. Mientras que al otro lado de mi hermano, agarrando el manillar y con la mirada clavada en el pequeño Jack que debía tener en su momento unos cinco años, estaba mi madre, esbozando una gran sonrisa que hacían empequeñecer sus verdes ojos. Sin poder evitarlo, una lágrima recorrió mi mejilla izquierda al recordar el largo paseo que dimos en familia después de aquello, y cayó encima de la imagen dejando una gota enorme en la cara de mi hermano pequeño. Había sido uno de los días más felices de mi vida.

-Esto os encantaría...- susurré con los ojos llenos de lágrimas.

Apenas podía ver la imagen con claridad, el labio inferior me empezó a temblar y todas las fuerzas que había empleado en aguantarme las ganas de echarme a llorar fracasaron. Les echaba de menos. Muchísimo. Y por mucho que intentase no pensar en ellos, el vacío que sentía en el pecho me lo recordaba cada segundo que pasaba allí.

Unos golpes en la puerta me sobresaltaron haciendo cesar de inmediato las lágrimas.

-¿Puedo entrar?- escuché la autoritaria voz del capitán Collins al otro lado.

Me pasé el dorso de la mano por la cara para secarme las lágrimas y me sorbí la nariz.

-¡Sí!

Aunque quise responder con el tono más normal y sereno posible, la voz me tembló irremediablemente.

Me puse en pie al mismo tiempo que la puerta se abría.

-Pensaba que estarías dormida- dijo éste antes de adentrarse en la cabaña.

Me encogí de hombros como respuesta sin mirarle a la cara, y caminé cabizbaja hacia la cama. Dejé el pijama sobre el colchón y escondí la fotografía entre la camiseta y el pantalón para que no la viese. Noté su mirada clavada en mi espalda.

Destino: SylumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora