Destino: Sylum

Capítulo 6: ¿Culpable o inocente?

Primero miré a Sophie, que me ponía morritos con la intención de darme pena y así conseguir que me uniera a ellos, y después observé el oscuro bosque que había tras ella. Los altísimos arboles eran tan espesos, que no dejaban que la luz se filtrase entre sus ramas, llenas de cientos de hojas. A saber qué clase de animales monstruosos correrían por aquel misterioso y oscuro lugar, esperando deseosos a que un saco de carne jugoso como lo éramos nosotros apareciese para salir de sus escondites y sorprender a la presa con un ataque totalmente planeado. El vello se me erizó con tan solo pensarlo.

-¿Qué pasa?- la socarrona voz de Arthur me sacó de mis pensamientos, haciéndome desviar la mirada hacia él. -¿A caso te da miedo la oscuridad?

El pelirrojo dejó que una media sonrisa burlona se asomara en su rostro.

-No es que me dé miedo- repliqué yo volviendo a echarle un vistazo al bosque antes de terminar de hablar: -Digamos que...no me inspira confianza.

-Vamos, que te da miedo.

Le fulminé con la mirada apretando los labios con fuerza. Sabía cuál era el propósito de Arthur. Quería hacerme enfadar. Quería que me dejase llevar por la ira para que así aceptase la propuesta sólo para callarle la boca. Pero para cabezota, yo. Y si eso era lo que quería Arhur, no lo conseguiría.

Respiré hondo.

-No voy a ir y se acabó. Si vosotros queréis romper las reglas el segundo día, adelante, pero yo paso.

-Miedica- soltó el pelirrojo dándome un empujón para a continuación alejarse un par de pasos en dirección al bosque.

Cerré los puños con fuerza. No conocía a nadie que me pusiera tan de los nervios como lo hacía Arthur. Lo suyo parecía un don.

-¿De verdad prefieres quedarte aquí?- Sophie habló por fin acuclillándose a mi lado. -¿Sola?

Ladeé la cabeza suspirando. No iba a ir. Y me daba igual qué tácticas utilizase para intentar convencerme. La decisión estaba tomada. Arhur no ganaría.

-Me da igual quedarme sola- admití con sinceridad. –Tengo muchas cosas en las que pensar.- Cosa que era cierto.

Sophie asintió con un leve movimiento de cabeza, con la mirada fija en mis ojos, intentando averiguar qué es lo que pasaba por mi mente.

-Venga, iros ya- le apresuré haciendo aspavientos con la mano derecha. –Y tened cuidado. Yo os cubro las espaldas.

La rubia, que con la luz de la hoguera parecía que tuviese el cabello más bien de un color anaranjado, sonrió y me dio un breve abrazo antes de juntarse con Arthur. Sus figuras se adentraron en el frondoso bosque hasta desaparecer poco a poco en la oscuridad de la noche, y por un momento, me sentí culpable de lo que les pudiese ocurrir. Me levanté con un rápido movimiento y titubeé.

No, Athenea, no lo hagas.

Lo mejor era que me quedase allí, vigilando que nadie les hubiese visto irse. Y en caso de que no volviesen pronto, le avisaría al capitán Collins, aunque me convencí a mí misma de que no haría falta hacerlo, porque no tardarían mucho en volver sanos y salvos. Cuando me tranquilicé, di media vuelta para sentarme de nuevo en aquel tronco frente a la enorme fogata.

Con la mirada perdida entre las brillantes llamas del fuego, me puse a divagar sobre diversos temas hasta llegar al que ocupaba la mayor parte de mis pensamientos en aquellos momentos: los archivos del escritorio del capitán Collins. Ya que estábamos todos reunidos allí, podía aprovechar para buscar al hombre cuya fotografía había descubierto en una de las carpetas y averiguar algo más sobre la incógnita que ocupaba gran parte de mi mente. Tenía sentido que aquel hombre fuese uno de los elegidos de Collins. Al igual que yo, se había presentado en el ayuntamiento el mismo día del lanzamiento, así que estaba casi al cien por cien segura de que él tampoco había tenido que pasar ningún tipo de prueba. Pero si quería asegurarme de ello, tenía que preguntárselo. Y eso haría.