Capítulo 4: Oliver.

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No podía parar de observar mi alrededor maravillada. Aún no había visto ningún animal, pero Julie y yo habíamos catalogado más de veinte especies diferentes de plantas. En cuanto a ésta, había notado que era una chica muy nerviosa. Parecía que lo hiciese todo a cámara rápida: hablar, andar, escribir, comer, observar... No tenía nada de paciencia y se estresaba con gran facilidad. Cada vez que me quedaba embobada mirando alguna flor, ella me llamaba la atención para que no me quedase atrás, sin darme tiempo suficiente de apreciar del todo su belleza.

-¿Y esto qué es?- le pregunté acuclillándome en el suelo.

-Amanita muscaria...- dijo aproximándose a mi posición.

Julie tenía la manía de solamente decir sus nombres científicos, sin percatarse de que a diferencia de ella, yo no tenía tantos conocimientos sobre la antigua Tierra, por lo que por mucho que dijese su nombre científico, yo, seguía sin saber qué era.

-¿Amanita muscaria?- repetí mirándole con una ceja alzada.

-Es un tipo de seta- aclaró.

-Las setas son comestibles, ¿verdad?- me sonaba haberlo leído en alguna parte.

Agaché la vista a la seta de sombrero rojo con puntos blancos. Era muy llamativa. Y bonita. Demasiado. Me hubiese dado pena comérmela.

-Sí, pero no todas. Y esta en particular, es muy peligrosa. Así que te recomiendo que la dejes donde está.

-¿Por qué?- quise saber.

-Porque es alucinógena, y en grandes cantidades, puede llegar a matarte.

Aquello me dejó helada. ¿Cómo una planta tan pequeña y aparentemente inofensiva podía causarte la muerte? Aquel planeta estaba lleno de misterios, y aún me faltaba mucho por descubrir.

Julie se puso en pie.

-¿Quieres que la dibuje?- le pregunté. –Para que el resto sepa cómo es y no la cojan si vienen por aquí.

Ésta me miró, como pensándoselo, y tras varios segundos en silencio, accedió con un gesto afirmativo de cabeza.

Saqué del bolsillo trasero de mi pantalón la pequeña libreta que me había prestado, y tras pasar varias hojas de largo en las que había dibujado otras plantas diferentes que nos habíamos encontrado por el camino, paré en una que estaba en blanco. Observé la pequeña y rojiza seta y dejé que la punta del lapicero se moviese con sutileza por el papel mientras recordaba en mi mente la figura que acababa de ver y quería plasmar en ella.

Obtuve el resultado perfecto en poco tiempo, sonriendo orgullosa. Cada vez lo hacía más rápido. Por último, señalé con varias flechas las diferentes zonas de la seta escribiendo el nombre del color que tenían, a falta de pinturas.

Cuando me puse en pie, me llevé una mano a la cabeza. Tenía que dejar de levantarme tan bruscamente si no quería que me diesen aquellos mareos. Después me pasé el brazo por la frente, que de nuevo, la tenía cubierta de sudor.

-¿Te encuentras bien?- me preguntó Julie preocupada.

-Sí, sí- respondí sin darle importancia a aquellos mareos.

Ella me observó por un par de segundos y en seguida se puso de nuevo a caminar.



Aproximadamente media hora después, no me sentía capaz de seguir su ritmo. La cabeza me daba vueltas y mi sudor era frío, lo que me provocaba escalofríos.

Destino: SylumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora