S01E18: Cuestiones de familia

26 0 0
                                    

De pie en la cocina, Milo desayuna huevos revueltos con demasiada salsa tabasco, una mala costumbre que le quedó de un viaje a México. Hace ya demasiado tiempo que se evita el encuentro familiar alrededor de la enorme mesa de cristal del comedor. No los soporta, a ninguno de ellos, y son demasiados; todos demasiado pretenciosos, ninguno de ellos con el talento que hace falta para llevar adelante la "empresa" familiar. O al menos eso cree él.
Desde el momento en que tomó conciencia del poder que implica su estilo de vida cree que su padre está obsoleto, aferrado a tradiciones inútiles y llevando adelante a la familia con un estilo que, si no les garantiza la extinción, solo será por el empeño que ponga la nueva generación -la de Milo- en no desaparecer. El problema es que pensar en la herencia cuando se forma parte de una familia de inmortales no es cosa sencilla. Su padre no va a jubilarse. Quizás sea hora de jubilarlo. Por las malas.
En todo esto piensa Milo mientras come huevos ardientes, cuando un sirviente se asoma a la cocina.

- Lo busca su padre, Señor Milo.
- Estoy desayunando.
- Dice que es urgente.
- Estoy desayunando.
- Dice que es importante.
- Y el desayuno es la comida más importante del día.
- Dice que es...

El sirviente no logra completar la frase. Milo toma un cuchillo de arriba de la mesada de la cocina y, con la destreza de un artista de circo, se lo arroja al sirviente, apuntándole directo al corazón. Rápido de reflejos, el mayordomo se desvanece una décima de segundo antes de que el filo lo toque. El cuchillo acaba clavado contra el marco de madera de la puerta.

- Es tan difícil conseguir buen servicio doméstico en estos tiempos - dice el padre de Milo. El chico odia que su padre use ese viejo truco de hablarle dentro de su cabeza; se siente invadido - Sería bueno que intentaras no espantarlos.
- Son todos unos inútiles, papá - responde Milo en voz alta, sin darse cuenta que usar las cuerdas vocales no es necesario, porque su padre, como un virus de computadora, está infiltrado en su mente. Siempre se ha preguntado qué tanto podrá "ver" el anciano cada vez que hace eso.
- ¿Y cómo vas con la chica, Milo?
- Deberías saberlo, estás dentro de mi maldita cabeza - el chico decide ponerlo a prueba.
- Siempre voy a preferir que me lo cuentes con tus propias palabras.
- Já - "buen truco", piensa Milo, sin estar del todo seguro si su padre puede oírlo o no - Las cosas van bien. Avanzan un poco lentas, pero, si queremos que se nos una por su propia voluntad...
- Dicen que la primera cita fue un desastre.
- ¿Quiénes "dicen"? Y "desastre" es una palabra demasiado grande.
- ¡Le mandaste una tormenta!
- ¡Para que aprenda! - Milo estalla de furia en un grito y varios espejos a su alrededor estallan.
- Esa no es forma de tratar a una dama, y mucho menos si...
- ...si queremos que se nos una por propia voluntad, ya lo sé, ya lo sé - el joven completa la frase de su padre - Pero puedo lograrlo, sé que puedo, solo necesito un poco más de tiempo.

Zoe no ha pisado la escuela en todo el día. Christian, como corresponde a un buen amigo, está preocupado. Pero también, como corresponde a un adolescente con los sentimientos heridos, es demasiado orgulloso como para llamarla y preguntarle dónde se ha metido, para confesarle que no se ha podido concentrar en todo el día preguntándose si estaba bien, para contarle que ha evaluado todas las opciones que hicieron que no fuera a la escuela, desde una gripe hasta que haya sido atacada en el camino por un asesino serial y que esté tirada en un descampado cortada en pedazos pequeños con un hacha. Está decidido a que no va a llamarla. En todo caso, hará lo que corresponde a un obsesivo como él: tomar el auto de su madre por la noche y darse una vuelta por la casa de la chica, solo para constatar que la luz de la habitación está encendida y que puede distinguir su silueta recortada en la ventana, sentada frente a la computadora buscando vaya uno a saber qué cosa. Un comportamiento que muchos considerarían una forma de acoso, aunque para Christian, desde su perspectiva, sea la única forma de ternura de la que es capaz; su peculiar forma de expresarse. Que, aunque a Zoe le haya molestado, al fin y al cabo, la salvó de quedar sola y de noche en medio de una tormenta.
Milo también ha notado que Zoe no fue a la escuela. De hecho, ha enviado a sus arpías favoritas -Cinthia y sus secuaces- a rastrear los baños y revisarlo todo, solo para comprobar que no está. Pero Milo no se preocupa ni amedrenta tan facil como Christian. Imagina que la chica pueda estar pasándola mal y haya decidido tomarse el día libre. Al fin y al cabo, él lo ha hecho trillones de veces. Ni que la escuela importara.
Con respecto a Zoe, Milo ya sabe qué hacer. Le envía un mensaje de texto: "En La Bodega, a las ocho". Esa carnada será más que suficiente para arrastrarla hacia su red.
Zoe recibe el mensaje con una enorme sonrisa. "Quiere verme", piensa. Pero, al instante, la sonrisa se le borra. "¿Pero yo quiero verlo a él?", se pregunta, "Al fin y al cabo, intentó propasarse y me dejó sola en medio del lago en una noche horrible". Se ha detenido en un parque -pasó la mayor parte del día allí, leyendo un libro de John Katzenbach sobre el secuestro de una adolescente, una mala idea- y, con el celular en la mano, no logra tomar una decisión.
"Milo no es la clase de chico que debería gustarme", se murmura a sí misma, "¿Pero quién dice qué debo y qué no? ¿Por qué no puedo salir con un "chico malo"? ¿Por qué el estereotipo? ¿Por qué debería sentirme más a gusto con un "nerd"? ¿Por qué no puedo enamorarme de Milo?".
Su alocado hilo de pensamientos se detiene como un tren de carga que ha activado los frenos de emergencia. "¿Enamorarme, dije?", su cabeza vuelve a ponerse en funcionamiento, "¿No será demasiado?". Por un lado, muere por sentirse libre, por creer que puede determinar qué hace y con quién, que puede romper los esquemas y patrones sociales, que ella puede ser diferente a todo. Pero por el otro, está segura de que es demasiado joven como para tener idea de lo que es el verdadero amor y que, al fin y al cabo, si la sociedad pone a cada uno en un casillero, por algo será.
Todas las inseguridades se le arremolinan en la cabeza mientras lee una y otra vez ese mensaje de texto. La Bodega no está lejos, ni falta tanto para las ocho. Y, al fin y al cabo, un concierto de "Los hijos de la noche" es un lugar relativamente seguro: al menos no estarán a solas y, si las cosas se ponen pesadas, siempre encontrará alguien a quien recurrir por ayuda.
O salir a la calle y esperar a que Christian, que seguro está acosándola escondido tras un árbol, aparezca de la nada. La sola idea le provoca una furia de proporciones cinematográficas.
A diferencia de la primera noche en que fueron con Chris, La Bodega parece estar desierta. La puerta de chapa está entreabierta y no hay ningún Chewbacca custodiándola. Tampoco hay barra improvisada con bebidas estrambóticas ni punks borrachos, a punto de morir en el piso, ahogados en su propio vómito. De hecho, el lugar parece estar desierto y en penumbra. Por alguna razón fuera de toda lógica, Zoe no tiene miedo y, en lugar de huir, sigue avanzando en la oscuridad. Para cuando llega al centro del desértico salón, un reflector blanco se enciende con un sonoro "clack", dibujando un círculo de luz blanca en el centro del escenario. En el círculo de luz, sentado sobre una banqueta alta, está Milo.
A Zoe le toma unos segundos llegar a reconocerlo. Para empezar, no está peinado con su clásico jopo estilo James Dean, sino que tiene el pelo prolijo, peinado hacia atrás. No lleva un solo centímetro cuadrado de cuero en su vestimenta, sino unos jeans azules, zapatillas de basquet -primera vez que lo ve sin botas, jamás lo hubiera imaginado- y una remera azul con un estampado que, aún cuando está parcialmente cubierto por la caja de una enorme guitarra acústica, puede adivinarse: la insignia de Superman. "Ese no es Milo", piensa Zoe, "Esa es una versión edulcorada de Milo; es Milo con lavandina. Pero que esté haciendo todo ese esfuerzo por adaptarse y agradarme es muy dulce ¿Pero lo estará haciendo sinceramente? ¿O solo será un truco para manipularme?".
El torbellino de ideas en la cabeza de la chica es interrumpido de golpe por el primer acorde que Milo toca con la guitarra. Con una voz dulce que nunca le había escuchado, él canta:

"You don't realize how much I need you, love you all the time and never leave you, please come on back to me, I'm lonely as can be, I need you".

La música de los Beatles resulta un gran detalle porque, para Zoe, el cuarteto de Liverpool es un placer culposo. Ama sus canciones, pero no va a admitirlo en público. Le da vergüenza reconocer que le encanta una música que corresponde, prácticamente, a la generación de sus abuelos. Para cuando la interpretación -función privada y en vivo- ha terminado, la chica ha bajado un poco las defensas, aunque no del todo.

- Hola, Zoe - saluda él, mientras deja la guitarra.
- Hola, Milo.
- ¿Te gustó?
- Me gustó.

Él ha bajado del escenario y se le acerca lentamente. Nuevamente todo su lenguaje corporal indica que va a besarla. Pero Zoe no piensa dejarse llevar por las circunstancias así de fácil, sobre todo teniendo la duda de si todo el showcito no fue montado justamente para seducirla. Cuando a él le faltan apenas centímetros para llegar a sus labios, ella lo detiene, cruzándole dos dedos sobre la boca.

- Vayamos despacio, Milo.
- Está bien, vayamos despacio.

Hijos de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora