S01E20: Machos alfa

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- ¡Inútil! ¡Semanas tratando de seducir a una chiquita de escuela! ¿Y los resultados? ¡Debería avergonzarte! ¡Trescientos años y no has aprendido nada!
- Pero, papá...
- ¡Sin excusas, Milo! ¿No te das cuenta que la familia se está degradando por falta de sangre nueva? El fin de semana, los cazadores se cargaron a media docena de los nuestros. Hay bajas en Europa y en Oriente ¿Y por qué los cazadores nos matan a nuestra gente? ¡Porque pueden! Estamos más débiles que nunca, caemos como moscas. Necesitamos a esa chica y la necesitamos ya.
- Pero... para que realmente funcione, tiene que venir por su propia voluntad... y te juro que estoy trabajando en eso...
- "Estoy trabajando en eso" - repite el padre, sacando la lengua y burlándose de la forma de hablar de su hijo - Ni que fuera tan difícil. En mis tiempo...
- ¡En tus tiempos tomaban a las mujeres de los pelos y las arrastraban a la cueva!
- ¡Irrespetuoso!
- Ah, claro... me lo dice el paradigma del respeto... el mayor cavernícola del clan, un neanderthal con colmillos.
- ¡Soy tu padre!
- ¿Y?
- ¡Soy tu líder!
- Eso puede terminarse - a lo largo de la discusión, Milo ha ido mutando de una receptividad pasiva de las agresiones de su padre hacia una furia activa.
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo?
- ¡Así!

La última palabra pronunciada por el chico no es una respuesta, es un grito de guerra. Mientras la aúlla, se abalanza sobre su padre con las manos extendidas para tomarlo del cuello. Pronto lo tiene tirado en el piso, sometido. Sentado sobre su pecho, lucha por asfixiarlo. Debajo, su padre ríe descontroladamente. "Una forma muy humana de intentar asesinarme", dice el mayor, desde el piso, recordándole la inmunidad de los suyos a ciertos fenómenos naturales como la asfixia. Con un rápido movimiento, se lo saca de encima. Su fuerza sobrenatural hace que Milo vuele hacia la ventana, la atraviese y caiga en el jardín. Es la segunda vez en el mes que, en mitad de una discusión, destrozan la ventana del estudio. El hombre que se encarga de repararlas debe estar feliz y rogando que la violencia familiar en la mansión nunca termine.
Sacudiéndose las astillas de vidrio que, sobre la piel, le brillan a la luz de la luna intensa, Milo vuelve a entrar al estudio, flotando en el aire a través de la misma ventana por la que salió. Del marco de la ventana sobresale un fragmento de cristal enorme y afilado. Lo arranca y lo empuña, como si fuera un cuchillo. Está ciego, decidido a matar a su padre o morir en el intento, y el combate ha dejado de ser una lucha por poder dentro del clan -una pelea entre machos alfa de una manada- sino una defensa de su propia dignidad, sus propias ideas, su propia visión de cómo deben hacerse las cosas.
Con un gruñido feroz y los colmillos brillándole de furia, Milo se lanza a la carga contra su padre. Si logra clavarle la estaca de vidrio justo en el corazón, quizás...

- Esto no va a funcionar, hijo - dice el más viejo, resignado, agarrando en el aire la muñeca de Milo y evitando la puntada fatal.
- ¡Debería!
- Por mucho que lo intentes, no podrías matarme - su tono se ha vuelto extrañamente tierno y comprensivo.
- Si no puedo hacerlo yo, alguien debería - la furia de Milo empieza a traducirse en una amargura enorme que le inunda los ojos de lágrimas.
- ¿Pero por qué querrías ver muerto a tu padre?
- Porque ese es el orden natural de las cosas - el chico ha dejado caer el pedazo de cristal y, perturbado, toma distancia - Porque, en algún momento, los viejos mueren y le ceden el lugar a las nuevas generaciones, porque nadie puede perpetuarse por siempre en un lugar, porque no debería ser así, no está bien...
- Ajá... el orden natural de las cosas - reflexiona el padre - A esta altura, deberías haber entendido, hijo, que nosotros no respondemos al orden natural de la cosas.
- ¡Deberíamos!

Milo no está dispuesto a prolongar la discusión ni un segundo más. Dándole la espalda a su padre -sin siquiera tener en cuenta el riesgo de que lo apuñale por la espalda con el mismo pedazo de cristal que acaba de dejar caer sobre la alfombra- sale del estudio, recorre el pasillo, llega al vestíbulo, abre la puerta principal y sale a la noche de una forma un poco más civilizada volando por la ventana. Detrás de sí, cierra la puerta con tal violencia que la madera se raja de lado a lado, lo cual hará muy feliz al carpintero local, a la mañana siguiente. Sobre la vereda está su Harley. La monta de un salto y patea el arranque con furia. El motor ruge como un animal furioso y, sin tomar la precaución de ponerse un caso, acelera a fondo. La ruegas chillan, sacan humo, dejan una marca negra sobre la calle. Todos los lugares comunes que, En el idioma de las motos, simbolizan una descarga de ira.
Pocos minutos después está en la puerta de la casa de Zoe. Segunda cita, segunda oportunidad, quizás esta vez logre convencerla y con eso, finalmente, logre satisfacer a su padre.
La noche está fresca,la primavera sigue tardando un poco en llegar, y Milo tiene algo de frío. Quizás la moto no fuera la mejor idea de transporte, pero necesitaba salir de la casa lo más pronto posible. Lleva puestos jeans, zapatillas y su remera de Superman. No se ha tomado la molestia de peinarse el jopo estilo Elvis con mucho fijador, por lo que un mechón importante le cae sobre la cara y le tapa un ojo. "Parezco un pirata", piensa.
Cuando Zoe sale por la puerta, la ve absolutamente hermosa pero, sobre todo, la ve más sensual que nunca. Lleva calzas negras y unos zapatos con tacos muy altos que no le había visto antes, pero que no solo hacen que sus piernas luzcan larguísimas, sino que la eleva hasta una estatura digna de una modelo de pasarela (en realidad no, es una exageración, pero así es como él la ve en ese instante). Tiene una remera negra sin mangas muy ajustada al cuerpo, una campera de cuero negra con algunas tachas que luce "vintage", desgastada en algunos lugares, como si la hubiera comprado en una feria -lo cual no es improbable- y le agrega al look general una especie de glamour marginal. Por primera vez desde que la conoce, la ve con el pelo suelto, que flota en la brisa nocturna como un animal marino que no puede quedarse quieto en la corriente. Otra vez -ya se le ha hecho costumbre- tiene los labios pintados de rojo y los ojos delineados destacando su azul profundísimo.
Van directo a la heladería. Pareciera que, para subsanar los errores, intentan repetir la primera cita paso por caso. Y, al igual que la primera vez, todas las miradas se concentran en ellos ni bien entran. Las hermanas Kazinsky, sentadas en un rincón compartiendo un balde enorme de helado de chocolate, los ven entrar y, ante la inversión de roles a la hora del vestuario, no pueden evitar soltar una risita. Zoe se da vuelta, las mira y les saca la lengua. Milo les gruñe y muestra los colmillos afilados. Las gemelas se silencian de repente, con cara de miedo.
De alguna manera, Milo y Zoe suponen que son dos grandes rebeldes. O, al menos, ellos mismos se han creído esa postura de rebeldía. Dicen a todo el que quiera escucharlos que hacen lo que quieren, que marcan su propio destino, que no les importa lo que digan los demás. Pero, en esa heladería, sintiendo las miradas de todos los chicos de la ciudad clavándoseles en la espalda como flechazos, ambos se sienten incómodos. Ninguno de los dos va a admitirlo jamás, pero la imagen que dan ante la sociedad sí es algo que les importa, y ambos han hecho cambios de paradigma bastante radicales. Ella pasó de ser una chica ñoña y anónima a ser el nuevo blanco de las miradas masculinas, que a su vez se expone en público con el chico más malo de todos los chicos malos. Él, por su parte, ha depuesto gran parte de su imagen de duro, cantante de un punk híbrido, pesado y horrible, para dejarse ver usando camisetas de superhéroes y paseándose de la mano de una buena chica ¡Como si estuviera enamorado! Apenas han pasado un rato en la heladería, pero la presión social es demasiada.

Hijos de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora