Capítulo 2.

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Alaska Jones.

Dejando atrás la vieja casa y los árboles que la rodean, Alaska emprendió camino una vez más hasta el instituto que la ha visto crecer como una de las mejores estudiantes durante los pasados cinco años, y es que ya faltaba poco para cumplir sus dieciocho años de edad, el cinco de abril. Relativamente la pelirroja no tenía planeado festejarlo, ni mucho menos hacer una fiesta en grande, y ni hablar de salir de compras como lo hacían sus compañeras de clase cuando cumplían años. Sus pies siguieron andando unos cuantos minutos más hasta llegar al gran instituto.

Al entrar a la gran institución, Alaska, se vio rodeada de los mismos rostros, y aun así, se sintió como en esas típicas películas donde entra una nueva chica al instituto y comienzan a hablar sobre ella día y noche, viendo sus defectos y lo que hacía, midiendo sus pasos para luego criticarla. Y es que, en cierto modo era así como se sentía la pelirroja, sabía que, a pesar de haber entrado hace ya cinco años, los mismos estudiantes hablaban de ella, de su cabello color fuego, de su infinidad de pecas sobre su blanquecino rostro, y sobre sus ojos tirando a color turquesa, claramente Alaska sabía que las chicas de otros grados decían que eran lentes de contacto. Por eso se sentía así. Pero eso no era como que si le importase demasiado, al fin y al cabo era algo que en algún momento de su vida le iba tocar escuchar de una forma u otra. Empezando por la institución a la que acudía día a día para tener un futuro.

Saludando a los profesores que pasaban por los pasillos desde temprano, Alaska pensó: ¿es que acaso no se les puede pinchar una llanta de camino? Pensó eso por unos minutos, pero luego se imaginó que eso pasase y sería terrible para ellos tanto como para Alaska Jones.

—¡Jones! —gritó una voz que la chica pecosa reconoció al instante.

Alaska de dio media vuelta, quedando frente a su profesora de Español; una señora regordeta de unos cincuenta y tantos años.

—Buenos días profesora Aurora, ¿en qué puedo ayudarla? —si bien se escuchaba como una princesa al seguir el protocolo que se le ordena decir.

—Todavía no conozco a algún estudiante tan... tan —movía sus manos buscando la palabra correcta, a la misma vez que entrecerraba los ojos —... tan motivado en mostrar esta institución a nuevos estudiantes.

¿Nuevos estudiantes?

—¿Nuevos estudiantes dice, profesora? ¿qué puedo hacer yo? —preguntó Alaska con cierta curiosidad.

—Mostrarles el instituto, los profesores, alrededores, dónde se ubican los baños... ya sabes, Jones, todo eso, nadie más que tú conoce tan bien este lugar. Así que te he asignado las primeras dos lecciones para que se los muestres. Son una chica y un chico, son gemelos, y compañeros tuyos de salón también —todo lo que la profesora le decía, el cerebro de Alaska lo procesaba en segundos.

—De acuerdo, profesora, ¿dónde están ellos? — cuestionó, suponiendo que deberían estar en la dirección como se debería.

—En la dirección —sonrió, aunque ya lo sabía por lógica —. Ve a buscarlos ya, y haz por favor que se sientan cómodos. Tampoco olvides darles la fotocopia de los horarios — Alaska sólo asintió con una ligera sonrisa.

Volvió a caminar en dirección contraria, hasta llegar a la dirección, donde estaban los susodichos, claramente se veían perdidos y por su aspecto no parecían ser de Portland, si no de lugares como Florida, o inclusive California. La chica era de cabello café claro, al igual que el de su hermano gemelo. Tenían rostros amigables al menos.

Se acercó a pasos lentos pero decididos. Se acomodó el cabello con sus propios dedos en forma de peine, y también colocó bien sus lentes de pasta, que muy pronto dejaría de usar.

La vida según Alaska. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora