Capítulo 13.

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Alaska Jones.

Me definía como la persona más estúpida de todo el planeta, la más torpe y la más fácil de romperse, y me dolía tanto sentirme así cuando nunca antes había dicho tantas groserías a mí misma. Era extraño como cambié en unos cuantos días después de haber salido con Liam, y no es que él fuese una mala influencia, pero el estar al lado de él me hizo cometer el error de llorar sólo por un maldito abrazo. Estoy arrepentida, mucho, estoy celosa y ni siquiera somos nada más que amigos. Estoy celosa porque Macy también lucha por él, y ella tiene tanta ventaja, es casi tan perfecta para él, por eso es que me siento estúpida.

Suspiré rendida en las frías sábanas de mi cama, pasando mis manos sobre mis ojos, dije que nunca más lloraría por algo tan insignificante como eso, me lo prometí a misma y sé que lo lograré.

Fui hasta la cocina a prepararme un café para empezar el día.

Mamá no estaba, se había ido muy temprano a la tienda y me pidió que no fuera hoy. Ella sabía todo lo que había pasado ayer; le conté todo para sacarme ese nudo que llevaba dentro de mi garganta, ahorcándome al recordar cada momento, necesitaba soltarlo para volver a respirar con tranquilidad, y sólo mamá sabía cómo escucharme y aconsejarme. Me dijo que no debo llorar por cosas que no valen la pena, dar respuestas cuando aun duele, y no perdonar con un beso que podría significar todo y nada al mismo tiempo. ¿Qué si me dolió? Soy humana, de carne y hueso, sufro y me afectan pequeñas cosas. Claro que duele.

Un beso puede significar todo y nada.

Todo y nada.

Es todo o es nada. Y yo no me voy a dar el lujo de que Liam esté contigo, y creeme que estando juntos, haría de tu vida la peor.

Recuerdo tanto esa frase cada segundo para torturme a mí misma. Molly me dijo que alejarme de Liam le facilitaría las cosas a Macy. Y aunque no quiera debo de alejarme.

Sirvo el café en una taza de rayas y la dejo en una esquina de la mesa mientras preparo un sándwich. Al darme vuelta con el pan en la mano para dejarlo sobre la mesa, tropiezo con la silla haciendo que la taza de café caiga al suelo y el café caliente brinque por todos lados, quemándome los pies.

—¡Demonios! —exclamo con dolor en mi voz.

Casi quiero ponerme a llorar, pero no lo hago. Aguanto miles de maldiciones mientras acaricio mis pies tratando de quitar el dolor. Justo en ese momento escucho que tocan la puerta. ¿Por qué me pasa esto a mí?

Camino cojeando hasta la puerta y quedo perpleja al ver a la persona que está de pie frente a mí. Hago el intento de no lloriquear, pero es inevitable porque un quejido se escapa de mis labios.

—¿M-megan? —preguntó sin poder creerlo aún —. ¿Qué estás haciendo aquí?

La chica se ríe de mí y luego me da un cálido abrazo.

—¿No te alegra verme?

Claro que sí, pero fuiste demasiado inoportuna en mi momento de sufrimiento con la taza de café caliente.

—Oh, claro que me alegro Meg, sólo estoy un poco sorprendida —claro que estoy sorprendida y muerta del dolor al mismo tiempo.

La pelirroja pasa y se sienta en uno de los sofás, yo la sigo y me siento junto con ella mientras espero que me pase el dolor. Después le ofrezco algo, en estos momentos estoy pasando por una situación crítica en la que corro el riesgo de que mis pies se hayan asado.

—¿Te pasa algo? Veo que estás algo tensa —murmura ella con una pizca de diversión.

Frunzo mis labios en una línea recta y luego suelto una risilla.

La vida según Alaska. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora