Capítulo 5.

109 20 9
                                    

Alaska Jones.

—Deja de ser tan empalagoso —le dije, aun tomados de la mano.

—Dices eso, pero estoy seguro de que, cuando estés sola en tu habitación, gritarás y saltarás de la emoción por haber tomado mi mano —sonrió con esa actitud que lo caracterizaba siempre.

Rodé los ojos.

—No sé si esto afecte tu ego, pero estás realmente mal de la cabeza si piensas que haría eso. Tú no me gustas para nada, y para que te quede más claro, no eres mi tipo.

Menuda mentira le acabo de decir. Ciertamente ni siquiera yo sabía lo que en realidad sentía por Liam. Estaba confundida, eso sí. Pero eso de que no era mi tipo sí era más o menos mentira. Me engañaría a mí misma si dijese que no me emocionaba internamente cuando nos rozábamos o hablábamos.

—Estás mintiendo. Lo sé.

—¿Ah sí? ¿Por qué?

—Alaska, tú no dices mentiras. Tampoco sabes fingir decir una.

Punto para Liam Hurley.

(...)

Liam y yo llegamos a la panadería donde Matt nos había citado. No era un local muy grande que digamos, era una sencilla panadería donde atendían sólo tres personas. Los demás chicos también estaban ahí con nosotros reunidos.

—Dudo mucho que lo encontremos. Sería pura suerte encontrarlo —murmuró Matt.

—Debió haber dejado Phoenix hace horas quizás. O seguramente no se dirigía a éste lugar —mencionó Lissa unos segundos después.

—¿Qué haremos entonces? ¿Devolvernos y haber gastado muchísimo tiempo en llegar a un lugar al que ni siquiera conocíamos? Están locos ustedes. Al menos tendremos que comprar esas malditas botellas de vino para no llegar sin nada —Liam se cruzó de brazos después de haber dicho lo anterior.

—¿Piensas conseguir ese vino acá? Recuerda que son traídas de otro país —le respondió Lissa.

En eso llevaba razón.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Un silencio incómodo a decir verdad. Para este entonces ya no sabíamos qué hacer, con haber hecho ese viaje repentino era suficiente para nosotros, contando que ni siquiera nos habíamos tomado un baño, y que no habíamos comido como se debe. Nos estábamos llenando de puras golosinas.

—Volvamos a casa.

Y así fue, volvimos a casa y no lo buscamos más.

El viaje fue más divertido esta vez. Hacíamos paradas cada vez que pasábamos por algún río, o algo similar —ya que por estos lados hay muchos lagos—, y nos quedábamos allí haciendo fotos durante unos minutos y luego volvíamos a emprender camino a casa. Y así sucesivamente. Nadie habló sobre lo que le diríamos a la profesora Aurora cuando la tuviésemos frente a frente.

—¿A quién se le ocurre una idea sobre qué le diremos a la profesora? —preguntó Matt.

Todos soltamos un largo suspiro.

—Hay que decirle la verdad. Si mentimos nos iría peor —respondí yo.

—Opino lo mismo que Alaska —dijo Sophie.

—De acuerdo —respondió Matt.

Las horas siguieron pasando y pasando. Ya habíamos  llegado a nuestras respectivas casas y como era de suponer, tuvimos que darle una larga explicación a nuestros padres, y luego tratar de memorizar todo a la perfección para contárselo todo mañana a la profesora Aurora.

La vida según Alaska. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora