Capítulo 4

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Sorprendida por aquella actitud tan poco amistosa, Alejandra se quedó mirándolo boquiabierta.

-¿Habla en serio? ¿De verdad son solo diez minutos los que me va a conceder?

-Soy un hombre muy ocupado. Jamás digo nada que no sea serio.

-Bien -repuso ella, tras tomarse un segundo para serenarse -. Bueno, supongo que sabe por qué estoy aquí. Hace cinco años, su empresa me presto un dinero para comenzar mi negocio. Ahora, usted quiere recuperar su inversión.

-No pierda el tiempo en hechos que ya conocemos los dos. Solo le quedan nueve minutos.

Alejandra sintió que el pánico se apoderaba de ella. Medina se mostraba completamente agresivo hacia ella. Estaba perdiendo el tiempo. No iba a conseguir nada.

-Esta empresa es muy importante para mí. Lo es todo en mi vida...

-Y a mí lo que me interesan son las cifras y los datos. Ya le quedan solo ocho minutos...

-Como usted sabe -dijo ella, tratando de no dejarse llevar por la impotencia-. Yo funde unas cadenas de cafeterías con su inversión, pero no son solo eso. No solo vendemos tazas de café, sino una verdadera experiencia brasileña.

-¿Y que es para usted una experiencia brasileña, señorita Álvarez del Castillo?

-Las personas que vienen a nuestro cafés reciben mucho más que un chute de cafeína. Mientras se toman su café o su almuerzo, se les transporta a Brasil. Con su inversión, abrimos veinte cafeterías en Londres. Estábamos preparados para abrir más, pero no si usted decide retirarnos su apoyo... ¿Le importa que me levante y pasee por el despacho? -le pregunto, de repente. No podía soportar tener que mirar aquel hermoso rostro-. No se me da muy bien sentarme a las mesas y, si solo me va a conceder unos minutos, prefiero estar cómoda para aprovecharlos al máximo.

-Francamente, me sorprende que pueda ponerse de pie y mucho menos caminar. Veo que ha pensado muy bien qué clase de zapatos debía ponerse para venir a la selva.

Alejandra decidió que no iba a permitir que aquel sarcástico comentario le acobardara.

-Esto es una reunión de negocios y por eso voy vestida y calzada de este modo, señor Medina. Creo que no me tomaría muy enserio si fuera vestida con pantalones de camuflaje.

-Lo que quiere decir es que pensó que un par de zapatos de tacón alto podría hacerme cambiar de opinión. Tal vez no haya comprendido mi reputación, señorita Álvarez del Castillo. Yo nunca mezclo el placer con mis negocios...

Sin poder evitarlo, Alejandra se imaginó a Rafael Medina tumbado sobre sabanas de seda, con el cuerpo cubierto de sudor y una mujer agotada y saciada a su lado.

Aquella imagen la escandalizo y trastorno, por lo que tuvo que apartar rápidamente la mirada.

-¿Señorita Álvarez del Castillo?

Alejandra decidió utilizar treinta preciosos segundos del poco tiempo del que disponía para tranquilizarse.

-Me he puesto zapatos de tacón porque me parecían adecuados para el traje que llevo puesto -dijo, con tranquilidad-. Por cierto, usted me debe un minuto.

-¿De verdad? -pregunto el, entornando la mirada.

-Sí. Ese es precisamente el tiempo que ha desperdiciado hablando sobre mi atuendo.

-Está bien -dijo el, tras un largo y profundo silencio-. Le quedan ocho minutos.

-Bien. Lo único que espero es que me dé la oportunidad de presentarle los hechos. He venido aquí porque deseo que cambie de opinión.

-Ya le he dicho que yo no cambio de opinión.

-También me ha dicho que quiere datos y aun no los tiene -le espeto ella-. Me permitió diez minutos y aún no han terminado, señor Medina...

A pesar de la seguridad que mostraba en sí misma, las rodillas no dejaban de temblarle. Evidentemente, él se dio cuenta por que sonrió.

-¿Esta nerviosa, señorita Álvarez del Castillo?

-Por supuesto que sí. Dadas las circunstancias, es comprensible, ¿no le parece?

-Por supuesto -repuso el, con voz dura y cruel-. Si yo fuera usted, estaría muerto de miedo y tratando de utilizar cualquier truco para salvarme, incluso el de los zapatos de tacón, la sonrisa inocente y el cabello brillante. Adelante.

-No sé lo que está sugiriendo...

-Lo que le digo es que su negocio tiene problemas muy serios y que yo soy el único que puede salvarlo. Por eso, no la culpo por haber utilizado todos los trucos que tiene a su disposición. Sin embargo, es mi deber advertirle que no le van a servir de nada. Yo no voy a extender mis inversiones es su empresa. Además, por lo que a mí respecta usted tiene todo lo que merece.

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