Capítulo V - El lobo que llora

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Abrí los ojos con cuidado. Mi cabeza dolía, ya no por el viaje inter-dimensional, sino por el cansancio, que empezaba a pesarme. Estaba acostado en una cama, como siempre.

«"Esta debe ser la cama de Joshua, al igual que desperté en la de Letty en su Mundo, y en la de Chelsy en el suyo" pensé sin mover ni un solo músculo.» Era tan cómoda y cálida que decidí quedarme un rato descansando para recuperar las fuerzas. «"En esta cama se está muy a gusto", no paraba de pensar.» Cuando por fin me di cuenta de que lo que estaba haciendo era una completa tontería, me levanté como si nada hubiese pasado y me asombré bastante con lo que se encontraba en mi campo de visión...

¡Era prácticamente la habitación de un príncipe! Ahora entendía por qué la cama me parecía así de cómoda. Ésta era tan grande que podrían caber seis personas, y las sábanas y mantas estaban bordadas a mano; los cojines, rellenos de plumas de oca; y el colchón era tan blando que casi me hundía yo solo. Boté un poco sobre él como si fuese un niño pequeño hasta que me sorprendí de mi propia idiotez.

—¿Pero qué haces, Allen? Recuerda por qué estás aquí... —me dije mientras me levantaba— He de encontrar la llave. Y podría estar en cualquier parte, contando el hecho de que esto parece la mansión de una familia adinerada.

El suelo estaba completamente forrado con terciopelo turquesa, a juego con el color de los muebles, las cortinas y el rodapié. Había una mesilla con una lámpara de cristal de una forma muy singular y una cómoda llena hasta los topes de sombreros extraños y ropa muy del estilo de Joshua, que debía ser suya, pues él y yo tenemos más o menos la misma talla. En las paredes colgaban cuadros que parecían demasiado caros, ¡e incluso medallas de oro! Eran medallas que parecían más bien de aquellas que les dan a los combatientes que defienden la patria con honor y justicia. Probablemente pertenecían al padre de Joshua. Algunas banderas con emblemas de una familia decoraban la estancia. El símbolo de la más llamativa era un león, pero no pude leer bien lo que ponía. A mi derecha vi algo que me dejó aún más sorprendido. Una pequeña mesa sostenía un objeto que no muchas familias (casi ninguna) se podía permitir o al menos, eso era lo que yo sabía. ¡Un televisor!

Me acerqué a él con cara de bobo como si nunca hubiese visto uno y observé atónito mi reflejo en el cristal negro.

—La caja tonta, ¿verdad...? —susurré transcurridos unos instantes de reflexión.

En el centro del cuarto había una gran mesa de café con un mantel blanco y algo sobre ella. Me acerqué para verlo mejor. Era un juego de dados muy bonito y tallado en madera que, de nuevo, parecía demasiado costoso. Lo cierto es que no me llamaba realmente la atención todo aquel lujo, pero he de admitir que Joshua debía haber vivido una vida por todo lo alto...

Puede que hubiese sido parecida a la mía pero, sinceramente, me daba igual.

De una cosa podía estar seguro, aunque no supiera el por qué, y es que Allen nunca había sido un niño ni malcriado ni caprichoso. No deberían existir diferencias entre ricos y pobres. Ni siquiera deberían de existir esas etiquetas. Al fin y al cabo, el dinero no se come y no hace feliz a muchos que lo poseen...

Algo que se cruzó con mis ojos me hizo olvidarme de aquella conversación conmigo mismo. ¡Benditas estanterías, cuán enormes eran! En seguida me encontré a mi mismo curioseando entre todos aquellos libros. Había muchos cuentos infantiles y fábulas, pero también otros que hablaban de los conflictos históricos, de la misma literatura y del mundo en general.

—Joshua debe estar muy documentado si se ha leído todos estos libros. No entiendo por qué prefiere pasar el tiempo armando jaleo y gastando bromas a los demás... —pensé.

De nuevo, un viejo amigo apareció en mi camino... El libro de «Mamá Ganso» que siempre encontraba en aquellos Mundos ya no era una coincidencia más para mi...

Las pesadillas de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora