Capítulo 3: A Punto

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Saco mi pie del pedal y lo presiono contra el piso para frenar. Sentía como la suela de mi zapatilla se gastaba con la fricción. Al parecer el chofer no tenía la intención de parar... pero lo hizo. No por mí, sino por un perrito que se le cruzó inesperadamente, justo a tiempo. Gracias a Dios no lo atropelló. Sigo de largo por la calle, sin poder razonar bien lo ocurrido. Posiblemente cualquiera se lo hubiera tomado a la ligera, ¡Ufff! que alivio, ¡me salvé! Pero si ese perrito no hubiera pasado por ahí en ese segundo, el final sería distinto. O si el conductor se hubiera distraído por una bandada de pájaros que pasaban a su lado, sin fijarse en el perro... no quiero seguir pensándolo, si estoy sobre mi bici es por algo.

Doblo hacia al camino que lleva a la playa, mientras que mi amiga no tarda en alcanzarme. 

—¡Fran! Por un momento pensé...

—Yo igual lo pensé —la interrumpo—. Se me había olvidado que mis frenos no funcionan, tendré que andar con más cuidado —le digo algo más relajada—. Cuando vuelva a casa los arreglo.

—¡Que no se te olvide! —fija la vista hacia adelante—yo voy primero. 

—Está bien—le digo mirando hacia el camino de la playa—, me gritas si viene un auto en las curvas.

—Obvio, si es que lo logro ver entre toda esa tierra, si no... cagaste —y se escucha su risa, que luego es tapada por mis "delicadas" carcajadas.    

La playa queda fuera del pueblo, a unos veinte minutos caminando, pero en bici se nos hizo corto. Sin embargo el camino tiene muchas curvas y es de tierra, por lo que fuimos con más cuidado. Al llegar no vimos muchas personas, no habría mas de cuatro. Dejamos nuestras bicis a un lado y nos sentamos en el pasto. Lo singular de aquella playa es que tenía extensos sitios de pastizal detrás de la arena. Frente a nosotras, hacia la derecha veíamos el pueblo a lo lejos, y en la izquierda se encontraba el sol. Quedamos un rato en silencio. Ya se podía ver la tenue luna llena que esperaba con ansias el descenso del sol tras el horizonte.

—Que tranquilo este lugar —digo sin despegar la vista del pueblo—, no logro imaginarme dentro de un par de años en la capital, será difícil el cambio... para todos.

—Hm...—se gira hacia mí—¿Qué será de nosotras dentro de 10 años?—dice con una chispa de misterio en sus ojos.

—Jaja bueno... yo te veo aquí, dentro de esta región. Tal vez casada con uno de esos gauchos, con 5 hijos y decenas de hectáreas—y río descontroladamente.

—¡Ohh! ¡Sería la raja!—dejando escapar una sonrisa—, con mis propios caballitos.—Mira hacia el horizonte— Me gusta mucho la medicina natural, sería genial estudiarla.

Le encontré toda la razón, realmente la veía en esa área. 

—¡Siii! es totalmente tu estilo —le digo emocionada—,  no te veo en una oficina.

—Para nada jaja —sonríe—. Tú vas a llegar lejos Fran. Te veo en la luna —indicando el tenue satélite—. ¡Mira! ¡Si allá estás!—me dice entre risas.

Me limito a reír con ella. Muchos creen que tendré éxito en el futuro, tal vez por mi buen rendimiento en el colegio, pero eso no me garantiza un buen futuro. Nadie sabe las vueltas de la vida, tal vez ni estudie la carrera que hasta el momento amo: Astronomía. No me gustaría desilusionar a nadie, menos a mí. Solo pido ser feliz con lo que me gane la vida.

—De verdad Fran, si te lo planteas, demás que lo logras—termina por decir Rita, sacándome una sonrisa. 

—Ojalá así sea—me limito a responder—. ¿Y qué será de la Anto, el Nico, la Isa...?—digo acordándome de nuestros amigos.

—A la Anto la veo como nutricionista si o si, en ninguna otra cosa me la imagino—y ríe. Al Nico... a ese me lo imagino con 30 años y aun viviendo con sus viejos—ambas reímos a carcajadas—. Y la Isa... yo la veo en algo de moda o diseño.

—¡Yo igual!—digo emocionadamente— sin duda por esa área se irá.

—La extraño demasiado, ya quiero que sea invierno para que venga a vernos—dice mi amiga con un tono triste. Al parecer no soy la única afectada por su ida. Rita era tan cercana a ella como yo.

—Aun no asimilo que se haya ido, con el paso de los días voy sintiendo más y más su ausencia—digo casi en un susurro.

Definitivamente Isabela era de esas amigas que nunca se olvidan, de las que pueden pasar años sin hablar y al reencontrarse es como si es tiempo no hubiera pasado. En un segundo todo era como antes, el cariño permanecía intacto.

El sol está a punto de esconderse, los tonos anaranjados y amarillentos predominan en el paisaje, reflejándose en el pueblo. Poco a poco la luz de día empieza a irse. El aire frío se hace presente.

—Es hora de irnos—dice mi amiga.

Tenía razón, solo que no quería dejar ese lugar, era como si el tiempo no avanzara, a no ser por la ida del sol, todo estaba igual. La tranquilidad, el silencio, la hermosa vista. Todo parecía sacado de una película. ¿Y si realmente todo era un sueño?






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