Capítulo 4

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Ando sin rumbo entre árboles, doy vueltas y me tumbo en el suelo, cubierto de hierba y flores, yo sola. Me quedo mirando las nubes, formando formas y caras semiconocidas. Los nombres se me escapan, de modo que los dejo pasar: me quedo tumbada siendo yo.

Es la hora. Como bruma, me desangro hasta desaparecer. Los árboles y el cielo son reemplazados por una oscuridad de párpados cerrados, y la hierba, por un lecho sólido.

Silencio. ¿Por qué hay tanto silencio? Mi cuerpo sabe que ya son más de las cinco de la mañana, pero no ha sonado ningún despertador, no hay carritos de desayuno por los pasillos.

Permanezco muy quieta, contengo el aliento y escucho.

Oigo una respiración suave y regular. Muy cerca. ¿Perdí el conocimiento anoche y hay un vigilante en mi habitación? Si es así, parece que, más que vigilar, durmiera.

Hay unos sonidos alegres en la dirección contraria, como música. ¿Pájaros?

Y algo cálido junto a mis pies.

No estoy en mi habitación del hospital. Abro los ojos de golpe al recordar.

No es un vigilante quien está al otro lado de la habitación, es Anna dormida como un tronco, como Chimuelo, que está tumbado a mis pies. Aunque quizás Anna sea una nueva especie de vigilante...

Me deslizo silenciosamente hacia la ventana y abro las cortinas.

Está amaneciendo.

Los pájaros tienen amigos, y la canción del principio se intensifica cuando el resto se unen al concierto. Abro la ventana, me inclino hacia delante y respiro hondo. El aire es limpio; no huele a metal ni a desinfectante. Huele a vegetación húmeda, del jardín y de los campos que hay más allá.

Y, de algún modo, lo sé. La ciudad nunca fue mía. Yo era --soy-- una chica de campo. Estoy tan segura de eso como de que respiro, convencida de que este lugar es más como mi hogar.

No es como mi hogar: es mi hogar. Ayer, hoy y no sé cuántos días futuros más.

Pero también lo era antes de que me convirtiese en lo que soy ahora. La doctora Lysander dice que me imagino cosas en mi subconsciente que no hay manera de saber si son ciertas o no. Aplicando sentido a lo desconocido para ordenarlo, al igual que dibujo diagramas y mapas. Y rostros.

Abajo, el reluciente césped, las hojas caídas de intensos colores y las flores marchitas a lo largo de la casa, todo me llama. Todo espera a ser capturado, ordenado y transformado en líneas sobre el papel. Cierro la ventana y cruzo la habitación. Anna duerme en silencio.

Dos ojos verdes me obserban desde los pies de mi cama.

-¡Miau!

-Chist. No despiertes a Anna- susurro y le paso una mano por el lomo.

¿Dónde están mis cosas de dibujo? Anna deshizo mi bolsa ayer por la tarde.

Abro un cajón y luego otro; muy cuidadosamente, hasta que lo encuentro: mi carpeta, mi cuaderno de dibujo y mis lápices.

Al sacarlo todo, veo que debajo hay bombones; me los
dieron ayer las enfermeras del décimo piso como regalo de despedida. Fue ayer. Parece mucho más lejos, ya forma parte de mi pasado.

Mi nivel está a 6.1: nada bajo. No necesito chocolate. Pero ¿quién necesita una excusa? Levanto la tapa de la caja.

-Interesante elección para desayunar.- dice Anna, incorporándose después de bostezar.- ¿Siempre te levantas tan temprano?

-Creo que sí, aunque eso puede ser porque en el hospital no tenía elección.

-Sí, lo recuerdo. El espantoso despertador matinal. Desayuno a las seis...- replica.

-¿Quieres uno?- le pregunto, tendiendole la caja de bombones.

-Hummm, qué tentador. Quizá luego, cuándo esté más despierta ¿Qué es eso?- dice señalando la carpeta que tengo en la otra mano.

-Mis dibujos.

-¿Puedo verlos?- dudo. Casi nunca se los enseño a nadie, aunque la doctora Lysander insistía en examinarlos de vez en cuando.- No tienes que enseñarmelos si no quieres.

Me siento a su lado, abro la carpeta y saco las hojas. Anna suelta una exclamación al ver el primero. Es un autorretrato. Soy yo, pero diferente; una mitad como soy en el espejo, la otra no tiene piel, y el ojo cuelga de una órbita vacía.

-¿Puedo?- me pregunta, y yo le paso el dibujo. Sin embargo, este no es el que estaba primero antes. Empiezo a hojear el resto.- Se te da muy bien, Elsa. Esto es asombroso.- No hay muchos. ¿Dónde están los demás?- ¿Qué ocurre?- inquiere Anna.

-Faltan algunos dibujos.

-¿Estás segura?

Asiento y vuelvo a mirar.

Sí están los que me representan a mí, mi habitación y personas y lugares imaginados. Muchos otros, no.

-Estoy segura. Han desaparecido casi la mitad.

-¿De qué eran?

-De muchas cosas. Enfermeras. Mi planta del hospital, mapas de distintas zonas, habitaciones. La doctora Lysander. Y...

-¿Has dicho la doctora Lysander?- dice Anna con los ojos como platos. Asiento, revisando todavía los papeles, convencida de que si miro con ganas los encontraré.- ¿La mismísima doctora Lysander? ¿La conoces personalmente?

No están aquí. Han desaparecido.

<Bzzzz> Una advertencia: 4.3, y descendiendo.

Anna me pasa un brazo por el hombro. Estoy temblando, pero no de frío. ¿Quién haría eso, llevarse las únicas cosas que son realmente mías?

-Puedes hacer más dibujos, ¿no?- 3.9, y cayendo.- ¡Elsa! Mírame. -Anna me sacude.- Mírame.- repite. Despego los ojos de mi autorretrato, del ojo muerto, para volverlos hacia Anna. En sus ojos hay preocupación y miedo por mí. 3.4- Elsa, puedes dibujarme a mí. Hazlo, ahora.

Coge el cuaderno de dibujo y me pone un lápiz en la mano.

Y yo empiezo a dibujar.

Sin Memoria/ Reiniciados1 (AU Hiccelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora