VII La nueva vida de Nathaniel

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A la señora Palace le gustaba la tranquilidad del Palacio Rosa, a ella no le importaban las paredes deslavadas ni la pintura cayéndose a pedazos. No se preocupaba por el jardín gris sin vida ni la cercanía del bosque. Este lugar no necesitaba de ella para sobrevivir, sus inquilinos se encargaban de mantenerlo en pie, así como se encargaban de nublar la mente de todos los pobladores cercanos.

Esto claro los desgastaba poco a poco como una roca azotada por el aire del desierto. Su comportamiento era cada vez más errático e impredecible, era por eso que Nathaniel debía vigilarlos constantemente.

Era por eso que no podía traer niños al otro lado de la casa tan constantemente como antes. La atención de su hijo estaba dividida entre vagabundear por el pueblo en busca de compañeros de juego y cuidar a los inquilinos. Sus mentes se volvían más confusas con los años pero también comenzaban a recordar cómo eran antes de existir el Palacio Rosa, y a la señora Palace no le gustaba esto.

Necesitaba una forma de acercarse a más niños con mayor rapidez y necesitaba quien le ayudara a mantener bajo control a sus inquilinos.

Ella sabía bien que un niño solitario haciendo amistad con otros niños que luego desaparecían era algo que no podría ocultar como antes. Aquella forma de alimentarse era poco práctica y peligrosa.

Estaba también el hecho de que Nathaniel llevaba ya muchos años siendo un niño. Nathaniel jamás se había preguntado porque no crecía como los demás y cuando llegaría a ser adulto.

Vivir en ambos lados de la casa fue una buena idea al principio, pero la señora Palace necesitaba una manera de mantener en pie el Palacio Rosa, de tener vigilados a sus inquilinos mientras ella vivía de forma permanente al otro lado de la casa además de seguir alimentándose.

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El Palacio RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora