Nathaniel recuerda bien la época antes del Palacio Rosa, recuerda la otra casa y recuerda a los otros niños. Recuerda como sus miradas y como solían evitarlo.
Recuerda como difícilmente jugaban con el obligándolo a pasar la mayor parte del día solo, sentado en un rincón mientras ellos jugaban con las maquinas. Nathaniel siempre quiso aprender a jugar con ellas pero su madre nunca se lo permitió, dijo que esos eran solo para los demás niños no para él.
Los únicos juguetes con los su madre le permitía jugar tenía que compartirlos siempre con alguien ya que estos eran hechos especialmente para el niño con quien jugaba.
Cuando mama se lo pedía Nathaniel buscaba a su próximo compañero de juego. Este debía ser debía ser el niño más callado, el más necesitado. Aquel que siempre tuviera los ojos rojos y sollozara constantemente cuando dormía. Aquel que llamara a su mami en las noches. Aquel a quien los niños mayores molestaran diciéndole que cerrara la boca y trabajara.
Cuando Nathaniel se acercaba a ellos los invitaba a jugar. Les decía que su madre, la señora Palace les daría de comer cosas deliciosas. Les decía que al otro lado de la casa había un jardín lleno de colores y árboles en los cuales podían trepar. Les contaba sobre su recamara y todos los juguetes que había en ella.
Al principio dudaban de Nathaniel, el niño raro que siempre está viéndolos usar las maquinas pero nunca es obligado a usar una el mismo.
Aquel niño que no dormía junto a ellos amontonados en el piso siempre peleando por un pedazo de tela o por papel para cubrirse por la noche, peleando por trozos de pan para taparse los oídos y así evitar que los insectos se metan en ellos. Esto no sabía si era verdad, pero era preferible no correr el riesgo.
Eran pocos los que se negaban a hablar con Nathaniel pero cuando esto sucedía era castigado por su madre, así que era muy cuidadoso.
Cuando los niños aceptaban Nathaniel esperaba a que anocheciera para llevarlos al otro lado de la casa donde su madre,( La señora Palace para los niños), los recibía con una deliciosa comida.
La señora Palace tenía un don para adivinar las comidas y postres favoritos de cada niño. Ya fuera pollo asado con puré de papas o deliciosos huevos estrellados con tocino crujiente, pastel de 3 leches con fresas o pudin de chocolate. La Señora Palace siempre cocinaba lo que más les gustaba y los dejaba comer hasta saciarse. Nathaniel aprovechaba estas ocasiones para hacer lo mismo.
La señora Palace les tenia siempre lista una muda de ropa para salir a jugar al jardín, ya fueran para un niño o para una niña la ropa siempre era de la talla perfecta y del gusto de cada uno. Ya fueran rayas de todos sus colores favoritos o figuras que brillan en la oscuridad, la ropa era siempre tal y como la habían soñado. Nathaniel envidiaba eso ya que nunca había ropa para él.
El jardín tenía las flores con colores más inusuales y encantadores, las luciérnagas brillaban con una luz distinta y cambiaban de color cuando uno se los pedía. No importaba el tamaño ni la forma que tuviera un árbol este siempre era fácil de trepar y sus ramas se acomodaban para acostarse en ellas y mirar las estrellas.
Los juguetes eran maravillosos, coloridos y esponjados. Todo tipo de muñecas y soldados estaban disponibles para usarlos. La señora Palace los dejaba correr y jugar por toda la casa.
Nadie más que Nathaniel parecía notar que los juguetes tuvieran formas tan extrañas. A pesar de sus colores y el suave relleno, siempre miraba con fascinación como los niños abrazaban esas formas llenas de tentáculos o esas múltiples patas.
Durante días Nathaniel llevaba al niño o a la niña a disfrutar de todo esto hasta que el niño lloraba pidiendo no regresar a las maquinas, diciendo que quería estar para siempre en el otro lado de la casa jugando y comiendo. Es entonces cuando la Señora Palace le pedía a Nathaniel que fuera a buscar su costurero y que luego saliera de la habitación.
Nathaniel sabía que era hora de comer para su madre y el agradecía estar fuera cuando esto sucedía. Solo volvía cuando su madre terminaba y lo llamaba diciéndole que era tiempo de descansar para ella y tiempo de volver a observar desde un rincón a los niños mientras estos jugaban con las maquinas.
Pero las cosas ya no eran así, aquella casa y aquellas maquinas ya no existían. No había más niños y Nathaniel tenía menos compañeros de juego, menos comidas deliciosas, nadie con quien correr y jugar por la casa. Lo que tenía ahora era un lugar lleno de habitaciones muy similares a las que había al otro lado de la casa solo que más descuidadas. Tenía 3 vecinos a quienes debía cuidar, un jardín de color gris en donde nada crecía y un pueblo lleno de gente que seguía mirándolo raro.

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El Palacio Rosa
HorrorEl Palacio Rosa actualmente habita en la parte oscura dentro de las memorias de quienes viven a sus alrededores.