Parte 1

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El trabajo no le producía ninguna emoción. Solo era trabajo. Y ella era, definitivamente la mejor, o la segunda mejor, aunque, tal vez sí la mejor mujer del rubro. La Princesa, pero pronto se convertiría en la reina. Había perfeccionado su estilo, se había ganado con creces, su seudónimo y estaba orgullosa de ser llamada la Princesa de hielo.

Nadie la enfrentaba sin fundamentos claros e importantes. Nadie discutía con ella si no sabían que tendrían razón. Nadie la miraba a los ojos si no eran personas de confianza y había tan pocas, que casi nadie sabía si sus ojos brillaban o no, si eran marrones o verdes, o si alguna vez había sentimientos en ellos. Nadie osaba molestarla si no quería ser degradado, en pocas palabras y muy hirientes... a nada.

Mentiras. Todas ellas. Ocultas tras la fría escarcha de sus muros. Eso no era Helena Mackenzie. Eso era la implacable dueña y señora de Empresas Mackenzie, segunda empresa en importancia en la industria de la tecnología a nivel nacional, pero no, la sencilla Helena.

Esa mañana, los nervios de la Princesa estaban presentes para recordarle que no le gustaba hablar en público. Al menos, no frente a ese tipo de público que la examinaría de cerca.

—Tamy, mi café, por favor. —Sin mirar lo que hacía, apretó el intercomunicador, releyendo las palabras que diría en menos de media hora. No quería aclarar demasiado, pero tampoco dejar de ser clara, por lo que era mejor no equivocarse y muchísimo menos, frente a ellos.

—Voy, voy... ¡Que día tenemos hoy! —Tamy, rodó sus ojos y suspiró sonoramente.

Ser la mimada hija de un empresario viudo, bien podría haberla convertido en una mujer frívola, a la que sólo le importe ir de comprar y gastar su dinero, combinar el color de zapatos con la cartera y lucir vestidos de los últimos diseñadores de vanguardia o ser una dama de sociedad dependiente de un marido atento y cariñoso. Una mujer de familia, que se podría conformar con lo que tenía, que no era poco, y olvidarse de querer dominar el mundo, al menos "su" mundo.

No ella. No Helena Mackenzie.

Mucho menos después de haber sido engañada en su buena fe, después de que su amor haya sido utilizado como una escalera al poder y su cuerpo como un simple lugar de descarga de necesidades fisiológicas. Eso que Mike llamaba hacer el amor no era ni pasión, ni amor, ni deseo, era una simple necesidad de penetrar una mujer y lograr una eyaculación. En eso se había convertido su cuerpo para su nefasto marido arribista. Hasta que cometió un solo error, error que a ella casi le cuesta la vida...pero eso sólo fue un detalle más.

Helena era una mujer decidida, fiel a sus principios y moral, no perdonaba fácilmente los engaños. De ninguna manera hubiese querido tomar en sus manos la vida de Mike, aunque con su dinero bien podría haber accedido a manos anónimas y expertas que no dejaran rastro alguno de accidentes trágicos, pero su consciencia no se lo hubiese permitido y eso no significaba que no lo hubiese merecido. Era una mujer de buen corazón, helado, escarchado y duro, pero bueno. Por eso, ella sólo se quedó con la carrera de su esposo, con su mentiroso poder, su apropiado dinero y lo peor, su podrido orgullo. Eso sólo le había alcanzado a Helena para sentirse redimida.

Mike ahora, no tenía nada y Helena estaba feliz de haberlo dejado así, solo y vacío, como él la había dejado a ella, en términos no tan literales.

Su padre había sido un buen hombre, poderoso, inteligente, ambicioso y generoso, pero no había podido desenmascarar al imbécil de Mike. El gran empresario Jorge Mackenzie había sido engañado por un don nadie, un simple y codicioso contador sin demasiadas luces, aparentemente. Mike había llegado a derribar las barreras de seguridad del amoroso padre y lo había convencido de ser el mejor empleado y el mejor pretendiente para su única heredera, la dulce Helena.

Helena. La Princesa de Hielo (Solo 10 capítulos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora