Parte 9

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—Lo siento Alex, hoy Helena no viene. ¿Es urgente? —Quedó pensativo e intrigado, no ha había visto desde la última discusión, hacía ya tres días y, si bien no tenía ninguna intención de disculparse, porque él no sentía que hubiese estado en falta, quería reparar el daño al menos con una conversación amena y entregar los cambios a tiempo, evitando otro de sus ataques de furia.

—Un poco, Tamy. Ayer me pidió por e-mail unos cambios que deben aprobarse para poder seguir y explicarlos también por e-mail es un poco complicado. No me gustaría el retraso y, a juzgar por su último enojo, a ella tampoco. —La secretaria sonrió con pena en su mirada.

—Te volviste su blanco fácil muchachote. Lo siento. Te juro que tiene sus buenos momentos.

—Eso dice Tomy también. Pero, los oculta muy bien de mí, de alguna manera y por motivos que desconozco saco lo peor de ella. —Para Tamy esos motivos eran evidentes, pero para Alex no. Helena estaba siendo atraída como un imán por su encanto, innegablemente nocivo para ella. Su rudeza y frescura masculina sorprendía a Helena haciéndola dudar y desconocer sus propios gustos en lo que a hombres se refiere y eso la tenía cargando un peligroso mal humor y debilidad corporal que había terminado con ella en cama, con fiebre alta y garganta enrojecida. Tamy volvió a mirarlo perdida en sus pensamientos y confirmando lo mucho que le gustaba Alex para su amiga. Una pena que él no estuviese interesado, pero... tal vez... sí. Tenía una idea. Quizás necesitaban un empujoncito, ¿para qué estaban los amigos si no era para ayudar en momentos cruciales?

—Dejame que la llamo y le consulto. —Tomó el teléfono y con una corta conversación, que supo cómo dominar, convenció a su jefa de recibir la información en su casa, a sabiendas de que, bajo los efectos de las drogas recetadas y necesarias, estaba sin molestias y de un humor considerablemente tranquilo. Claro que el cadete estaba tan ocupado, que el mismísimo Alex Caseros debería llevarla. Se dio varias palmaditas en la espalda felicitándose anticipadamente por su fabulosa idea. —Bien, Alex, todo arreglado. Esta es la dirección de Helena. —Le extendió un papel escrito con letra clara. —Te espera ahí. —Él levantó una ceja ante el pedido y la duda se dejó leer en su rostro. —Tranquilo, está dopada con antibióticos y calmantes del dolor y la fiebre. Está dócil y casi dormida. Hoy no te muerde seguro.

El hombre asintió riendo divertido, Tamy podía sacarle, no una, sino muchas sonrisas y algunas carcajadas aún en los peores momentos. Bajó a su oficina por su casco y computadora. Avisó de su retirada y, con coraje y valentía, se fue a casa de su gritona preferida.

Si lo pensaba y analizaba en detalle, siendo realmente frio y sincero, ver a la Princesa de hielo, enardecida, furiosa y derritiéndose por su enojo, con esa postura tan suya y reveladora, por cierto, le gustaba. No, eso no era del todo cierto, no le gustaba, lo excitaba. Tanto que su pantalón se lo hacía notar y en soledad o en compañía, debía saciar el deseo que le hacía sentir. Y por eso estaba en problemas. Las llamadas a la rubia del ascensor estaban siendo más seguidas, la señorita, que sabía que lo de Alex era sólo sexo ocasional, estaba confundida pensando en que podía ser algo más y él no estaba cómodo con la situación. Pero su cuerpo quería desahogo y egoístamente pensaba que en ella lo encontraba demasiado fácil. Buscaría otra opción, tal vez Carol, o no, ella le recordaba el beso ardiente y dulce de su jefa. Lamentablemente esa hermosa mujer estaba descartada y con el poco tiempo y energía que le quedaban, después de las largas horas de trabajo, no estaba como para salir a buscar nuevas posibilidades. Su agenda estaba bastante completa de todas formas, ya encontraría las curvas correctas para poder recorrer, sólo necesitaba buscar en detalle en la lista de contactos de su teléfono móvil.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la imagen de la imponente casa que se levantaba delante suyo. Inspiró profundo y tocó el timbre.

—Busco a la señora Mackenzie —dijo ante la pregunta de una voz femenina en un portero eléctrico empotrado en la pared. El sonido de una chicharra, que abría el enorme portón de rejas, sonó fuerte. Volvió a acelerar su moto y encontró el camino directo hacia la puerta de entrada, donde, sorpresivamente, estaba parada la gran Helena Mackenzie. "¿Es ella? Wau". Bajo el casco pudo observarla bien, estaba preciosa y con esos jeans gastados, una sencilla camiseta blanca, descalza y el pelo recogido, se quitaba más de cinco años de encima. —Hola, Helena. —Y sin una gota de maquillaje su piel parecía de seda y quería tocarla para comprobar su suavidad.

Helena. La Princesa de Hielo (Solo 10 capítulos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora