Empiezo a desperezarme, noto el peso de tu brazo sobre mi cintura y tu pausada respiración en mi nuca. Abro los ojos y aun está oscuro, el reloj marca las tres y veinticuatro. Sonrío, veinticuatro. Me rasco los ojos, perezosa y me giro quedado cara a cara contigo.
La poca luz que entra por la ventana, ya sea producto de la luna o de las calles que nunca duermen, hace que consiga distinguirte entre tanta legaña.
Sonrío. Uno de tus rizos rubios rebeldes amenaza con atravesar tu rostro profundamente dormido, acerco mi mano y lo aparto sin apenas rozarte. Dejo mi mano sobre el colchón y susurro.
"¿Sabes? Hasta a las tres y media de la mañana eres preciosa, puede sonar a tópico ñoña pero es la verdad. Daría lo que fuera por saber que sueñas." Vuelo, sin atreverme a rozar, los dedos por tu mejilla. "Saber a donde viajas por las noches o si simplemente te quedas entre mis brazos, conmigo." Muevo la mano hasta llegar sobre tus labios, aún no me atrevo a rozarte. "A veces tengo miedo, de que realmente no seas tu, sino simplemente un sueño. Que cuando me levante ya no estarás, y te habrás llevado nuestro mundo bajo el brazo, ese que era de las dos y de nadie más. Te habrás llevado nuestro mundo," rozo levemente tu labio inferior. "y tus labios. Tu sonrisa. Tu forma de morderlo. Tus ojos, donde me pasaría horas y horas perdida. Tu cuerpo. Tu pelo. Tú. Te habrás ido y la cama será demasiado grande." Vuelvo a dejar la mano sobre el colchón. "Pero luego, me miras de esa forma que solo tu sabes y todos esos miedos se van. Y solo quedamos tu, yo y nuestro mundo." Cierro los ojos un momento para seguidamente, notar presión por todo mi cuerpo.
Eres tu, acurrucada en mi cuello, abrazandome y susurrando un: "No me voy a ir."