6. Heridas del alma.

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El par de meses que han sido dados a Jane para habitar aquel recóndito mundo en la lejanía del tiempo, ese despreciable acontecimiento se acercan a su fin, a veces, como Jane había escrito en su diario,  parece poco tiempo, pero todo depende de las circunstancias; las noches oscuras llenas de gritos ahogados convierten segundos en una eternidad llena de dolor.

Ha llegado la última noche, el tiempo de Jane se ha agotado y no queda más que preparar los resultados que presentará ante un mundo futuro, expectante ante lo que ella tiene para decirles.

— ¿Es entonces ésta tu última noche aquí? — Pregunta Marie, quien ha sido su acompañante más cercana.

— Por un tiempo. — responde ella, sabiendo que miente ya que no volverá jamás.

—Tienes suerte de haber recibido tu permiso, no hay mejor recompensa, no hay nada que reconforte tanto como pasar un tiempo en casa. No importa cuanto tiempo. — Concluye Marie terminando de recoger su cabello rubio.

"Un tiempo en casa" Esa expresión se queda en la mente de Jane, ese par de palabras le recordaron lo mucho que extrañasu lejano hogar, lejano en tiempo y espacio pero a la vez, cercano en circunstancias.

Por eso, ese último día, ese 29 de octubre de 1916 se conviene en más que un día de la batalla de Somme, es el día en que concluiría aquel extraño e irrepetible viaje.

Contempla como nunca los árboles tristes que se erigen imponentes ante la ventana, el piso improvisado de madera, el uniforme que a pesar de todo siempre refleja pureza y pulcritud.

—¡Jane¡ — Ese nombre sigue retumbando en toda la sala junto con los gritos ahogados de los moribundos. La joven no puede atender al médico, dado que no ha terminado de vendar un par de heridos de metralla que acababan de entrar.

Cuando tiene la oportunidad de ir a ver el herido, ubicado junto a la ventana se da cuenta de que es Edward, al verlo debilitado y herido se le vino a la cabeza la cruda imagen de las flores blancas manchadas de sangre. Una punzada de dolor recorre su cuerpo.

Edward y las flores tienen algo en común: ambos  reflejaron la esperanza y el brillo de la juventud antes de que la guerra llegara para arrebatarles todo,  dejando solo una figura pálida y vacía manchada con sangre y dolor.

—Jane, lamento volver, esta vez con incontables heridas, unas tan profundas que ningún ángel podría sanar. — Confiesa él junto a la gris figura de la ventana. Ella comprende que no se refiere únicamente a la herida de su abdomen, tampoco a su costilla rota... No, aquel soldado al que se le estaba escapando la vida hablaba de las heridas perpetuas de su alma.

— Debes resistir, seguro que podremos hacer algo. — Le dice ella para tranquilizarlo, pero está vez tenía claro que era casi imposible hacer algo por él.

—Jane, me salvaste, me devolviste la vida una vez, pero ya no puedes hacer nada. La batalla se ha encargado de impedírtelo. Por más que trates de rescatarme nadie puede salvarse de este fatídico fin. — Con cada palabra que pronunciaba se iba también la poca vida que quedaba en el desbastado cuerpo del soldado inglés.

Ella lo sabía, por eso aceptó,al igual él su partida definitiva ese día.

—Yo me iré, pero tú te quedarás salvando más vidas. Ya no pertenezco aquí.

—Eso lo desconoces Edward. Yo tampoco puedo permanecer aquí, ambos somos extranjeros en este lugar, y yo, sólo puedo decirte que vengo de muy lejos.

—Puedo entenderlo, pero, ¿Por qué alguien que viene de muy lejos querría estar aquí mientras que otro desean huir? — Pregunta él prestando atenta atención a la respuesta que le daría Jane. Para su razonamiento esto parecía algo parecía ilógico.

— Porque sentí la necesidad de estar en este lugar para entender las cosas, para aprender de los hechos. Considero que lo  he logrado, y volveré a donde pertenezco.

—Eso es lo que debes hacer, mi ángel, Jane. Tu que tienes la posibilidad de hacerlo: Vuelve a tu vida, retorna a un lugar que no esté atormentado por la sombra de una despiadada guerra, creo que te será posible encontrar esperanza lejos de aquí. A nosotros, los desafortunados, atormentados o castigados, como quieras llamarnos, déjanos con la guerra, pertenece a nosotros; juzganos y culpamos porque tuvimos el coraje de empezarla, pero no tenemos fuerzas para terminarla, ella está acabando con nosotros. —Dice como últimas palabras, aferrado a la mano de Jane.

Sus manos unidas representaban también el encuentro de dos tiempos, que físicamente​ debían separarse, pero que, a la vez permanecerían juntos, unidos por el enlace de lo imposible, ambos pertenecían a mundos muy diferentes, ella era del futuro y él de una tierra que no parecía habitada por la humanidad.

Ya los dos dejarán de sufrir, estarán a salvo en lugares por fuera de esa dimensión.

Ésta no es tu Guerra. [Primera guerra mundial]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora