12.- Hyoga e Isaac, los mellizos afortunados.

847 45 18
                                    

El último capítulo de esta historia.

                                               o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Ambos nacieron cuando acuario recién regía, nacieron mellizos, el uno de cabellos verdes y el otro de cabellos rubios. Quién los trajo al mundo simplemente los dejó a la intemperie envueltos en una mezquina sábana a merced del frío, lluvia, sol y peligros.

Un hombre los oyó llorar y sin pérdida de tiempo los trasladó al hospital donde quedaron a cargo de las enfermeras y doctores.

—¿ Cómo los llamará Celia?—preguntó el pediatra a la enfermera de turno.

La mujer se quedó mirando con ternura a ambos bebés que estaban siendo alimentados con reservas de leche materna.

—el uno lo llamaré Hyoga por un amigo ruso—tomó al pequeño con un mechón rubio—y a este, Isaac, en honor a mi esposo que es finlandés.

—bonitos nombres—comentó el pediatra chequeando los signos vitales de Isaac—son como anillo al dedo.

Celia los cuidó hasta que ellos cumplieron un mes, pues lamentablemente la mujer no podía adoptarlos y es entonces que pasaron a un orfanato donde pasaron sus primeros años viendo a parejas que pretendían adoptarlos, algunos sólo querían a uno de ellos cosa que para el pequeño Hyoga era inadmisible pues su hermano era su única familia y fue por esas causas que era huraño y arisco con los adultos que llegaban ahí.

La única que logró penetrar esa coraza fue la trabajadora social.

Y luego fue Milo y Camus.

Todas las noches Isaac añoraba que los adoptaran personas que los quisieran de verdad, que no sólo les dijeran que eran lindos, que les brindaran el cariño que sus padres verdaderos se los negaron.

—¿ No quisieras que nos adoptaran?—comentó Isaac una noche mientras observaban las estrellas—digo, no quisieras unos padres.

El rubio lo miró con seriedad.

—sólo se quedarían con uno de nosotros.

—no, hermano—lo abrazó—no, todos nos querrán separar.

—Isaac, a veces los adultos son malos...—sus orbes miraron hacia un punto lejano—es mejor quedarnos aquí, juntos.

Isaac sabía que en algún momento Hyoga cambiaría de opinión, hasta eso se protegerían mutuamente, porque nacieron juntos y estaban en aquel lugar juntos.

Pero lo que Hyoga ignoraba era que su mellizo al ver una estrella fugaz, su deseo fue tener padres, los que sean, pero que los amen y los quieran sin restricciones.

—Isaac ¡ Ven!—apremió Hyoga desde su puesto en la cama—no, te olvides de apagar la luz.

Los días pasaron como siempre, el ir y venir de parejas eran el pan de cada día.

Pero un día fue distinto a los demás...

Estando junto a los demás niños, entró una pareja junto a la trabajadora social, sorpresivamente Hyoga salió corriendo hacia ellos colgándose del brazo del hombre de cabellos azulinos ondulados.

—¡ Hyoga!

Fue entonces que se dio cuenta de que ellos tenían buenas intenciones.

Y su hermano lo había intuido apenas los vió.

—¡ Él es mi hermano!—dijo efusivo.

Hyoga sonreía feliz, era una auténtica sonrisa.

El día en que abandonaron para siempre aquel orfanato, ambos lloraron de felicidad, sus vidas volvieron a los colores del mundo, ya no eran grises.

Engaño y salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora