Ya estaba harta. Estaba harta de la gente de mi pueblo, de mi familia presionándome con mi futuro, mi apariencia, mi comportamiento, mis gustos... Todo.
Después de años soportándolo, finalmente me decidí por largarme de ese pueblo tan tóxico y viajar a la capital, Madrid, tenía tantas ganas de pisar esas calles que tantas veces había pisado en veranos. Hice las maletas, cogí un billete y todos mis ahorros y me fui a la estación de trenes de la ciudad. Había poca gente, eran las 11:10 A.M., no era una persona muy madrugadora pero necesitaba largarme cuanto antes, y si para eso tenía que madrugar, lo haría, y así fue.
Me acerqué a la ventanilla cuando llegó mi turno, un señor de unos cincuenta y pocos años me miró con una cara que mostraba el cansancio que significaba haber vivido medio centenar sin aprovecharlo aparentemente y teniendo que estar al otro lado de un cristal permitiendo viajar al resto pero sin poder viajar él mismo.
Me dio mi billete de solo ida hacia Madrid y mire hacia arriba para buscar si estaba indicada en la pantalla la llegada de ese tren que me alejaría de todo mal cercano. Quedaban 15 minutos, tiempo suficiente para un café y un cigarro. Cogí mi maleta y me fui al bar más cercano, pedí un café con leche y me senté fuera para encenderme un cigarro. Mientras buscaba mi encendedor, una chica se acercó para pedirme si tenía un cigarro de sobra. Me aparté el pelo de los ojos y entonces la vi, me extrañó no reconocerla por la voz después de haberla escuchado en susurro tantas noches, mi ex Alicia.
Le sonreí al ver lo natural que estaba, más de lo normal, no solía salir sin maquillaje y nunca se le ocurría llevar algo que no conjuntara o deportivo a no ser de que saliera a las 7 de la mañana a correr. Pero esta vez estaba diferente, llevaba un moño desecho, como si se lo hubiera hecho a prisas y le diese igual, de esos que se hacia para cocinar conmigo con una camiseta mía y sus braguitas de encaje. Llevaba una camiseta ancha de tirantes negra metida por dentro de unos cortos pantalones de deporte grises con unas bambas negras. No llevaba nada de maquillaje, o quizás era alguna de esos que son tan naturales que no se notan, pero recordaba su piel al natural después de salir de la ducha y mirarme como solo ella sabía.
Arrastré el paquete sobre la mesa y ella se sentó en la mesa sin permiso y con una sonrisa que mostraba tristeza. Encontré mi encendedor y le encendí el cigarro a ella también.
- ¿Qué haces aquí? Y aún más, con una maleta más grande que tú, enana.- Sonreí, por recordar esas veces en las que me metía cariñosamente con su altura y ella se enfadaba y se desenfadaba con tal facilidad que parecía que había una pequeña brisa de pausa.
- He decidido que me voy, no sé a donde, he cogido un billete a Madrid, pero no sé dónde me pararé ni qué haré con mi vida al llegar.- Volvió a sonreír con tristeza y me dolió verla así. Acaricié su mano, y le miré a los ojos.
- Me parece bien, pero envíame cartas, ya sabes que me encantan, y quiero saber de ti, no vuelvas a desaparecer.- Tomé el café de tirón, miré la hora y me fui.
Me puse a la cola para ir con tiempo y poder acomodarme en el sitio que me hubiese tocado. Esperé a que el tren parara frente a todos aquellos que nos íbamos a montar y cogiendo mi maleta entré.
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Vagones conjuntos. [TERMINADA/parte 1]
Short StoryRecuerdo el día en el que la conocí, en ese tren de larga distancia, era diferente, quería descubrir que era lo que le hacía serlo.