Parte sin título 3

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Avdel trabajó a un ritmo vertiginoso durante las siguientes horas. Su pequeña escapada había producido un mini-caos en el planeta. Más de mil almas moribundas agonizando entre sus personas más queridas mientras esperaban un mensajero que las alejara de tanto dolor y sufrimiento.

Desde que había dejado su cuerpo atrás Avdel se sentía vacío de pronto. ¿Podía echar de menos media hora de sensaciones humanas?

Estaba esperando a una niña de ocho años cuando pasó por su cabeza la imagen de la enfermera Ruiz riendo en aquella terraza. De repente se descubrió imaginándose sentado con ella, tomándose una cerveza y charlando tranquilamente. Sacudió la cabeza tratando de eliminar esas imágenes de su mente y le tendió la mano a la niña.

La misma historia se repitió durante el resto del día. No dejaba de recordar aquella media hora en la cafetería. Y le hacía sentirse incómodo y nervioso pues nunca se había encontrado en una situación similar. Es cierto que de vez en cuando le venían a la mente imágenes del pasado, que recordaba alguna que otra cosa del mundo – no era amnésico – , pero no de aquella manera. Sin poderse concentrar en nada más, incapaz de pensar con claridad. Sólo pensaba en Eva y aquel rato que había pasado con ella. Su risa. Sus ojos azules. ¿Qué hubiera pasado si no se hubiera marchado tan pronto?

¿Qué estaría haciendo ella en aquel momento? ¿Ella se acordaría de él?

***

Tras dos días de largas operaciones e interminables turnos de guardia en urgencias Eva Ruiz no había dejado de pensar por un solo instante en aquel extraño hombre vestido de negro. Avdel.

Estaba segura de que cualquiera, al oírle hablar, lo tomaría como un mormón o algo así. Pero había algo en él, quizá su mirada, su aspecto o su simple forma de hablar o moverse. No sabía qué exactamente, pero la había convencido de que no era ningún vendedor de Biblias ni un hombre que andara recolectando gente para ninguna secta religiosa.

Pero si algo tenía claro era que se trataba de un hombre siniestro. Todo vestido negro, con aquella gabardina de cuero y esa botas de punki. Parecía salido de la película Matrix. Y, como su pelo era rubio como la paja, le daba un contraste muy llamativo, como un foco de luz en medio de una habitación oscura.

Su mirada también escondía algo. Tenía dos ojos negros y profundos como cuevas. Mirarlos fijamente durante varios minutos producía una sensación como de hipnosis. Eva lo recordaba muy bien. Se había sentido como si hubiera empezado a caer y caer por un pozo que no parecía tener fondo. Luego había descubierto que aquel pozo no eran sino los ojos de Avdel. Aquel par de pupilas escondía algo siniestro, sin embargo la atraían como la luz a las polillas. Hubiera permanecido totalmente inmóvil durante horas enteras, simplemente mirándolo a los ojos. Porque, a pesar de todo, era la mirada más inocente y sincera que había visto jamás. Siniestra, pero relajante, tranquilizadora. Y tenía un toque de ingenuidad infantil que le encantaba. Todo su rostro lo tenía. La expresión de Avdel al mirar a su alrededor era la de un niño pequeño al contemplar el mundo por primera vez.

Cada vez que pasaba por delante de la entrada principal del hospital, Eva no podía evitar dirigir la vista al exterior a través de las puertas. Se reprendía a sí misma continuamente preguntándose qué esperaba encontrar al otro lado, pero lo sabía muy bien. A él. Al misterioso Servidor de Dios. "Seguro que sí". Eso le había dicho Avdel cuando le había preguntado si volverían a verse. Pero ¿cuándo?

Cada vez que operaba en el quirófano levantaba la cabeza inconscientemente unos segundos, esperando ver un cabello rubio y unos ojos oscuros tras la ventana de la puerta. Si oía a alguien mencionar la palabra "muerte" se volvía hacia aquella persona inmediatamente, con la esperanza de encontrarle a él allí.

***

Avdel se sentó sobre la hierba, cruzándose de piernas. Desde lo alto de la colina podía observar todo el valle. Junto a él, las hojas de un enorme árbol ondeaban al viento. Él no podía sentirlo. Sólo había una manera para lograrlo pero no estaba seguro de querer hacerlo. No suponía un gran esfuerzo, ése no era el problema. Tan sólo debía desearlo. Pero sentía miedo. Miedo de que le gustara demasiado. Ya lo había probado una vez y era como dejar todo lo demás atrás. Se había olvidado casi por completo de su labor, de su razón de existir. Y eso, lo sabía muy bien, era lo peor que le podía pasar. No sólo por su propio futuro sino por el de toda la humanidad. Muchas cosas dependían de que realizara su trabajo y lo hiciera bien. Sobre sus hombros descansaba una gran responsabilidad.

Y también estaban esos nuevos sentimientos. Desde que había mutado a un cuerpo humano... no había dejado de desear volver. Recuperar todas las emociones, todos los sentimientos. La abundante información que recopilaban los cinco sentidos con la que le bombardeaban el cerebro. Cientos y cientos de sensaciones imposibles de olvidar.

Cerró los ojos, entrelazando las manos y cogió una bocanada de aire lentamente. Un instante después pudo sentir el viento revolviendo su cabello. Era una sensación maravillosa. Le fascinaba, creía que iba a volverse loco. Alzó la cabeza, todavía con los ojos cerrados, sintiendo el aire fresco golpeando su cara.

Podía escuchar los latidos de su corazón. Ahora tenía un corazón. Y unos pulmones que respiraban todo aquel aire limpio. Había ido allí a pensar, a tratar de despejar sus ideas. A convencerse de que había sido un error lo que había sucedido hacía ya una semana.

Pero se daba cuenta de que quizá había sido un error volver a dejarse llevar. Nada más recobrar su cuerpo humano la primera imagen que había acudido a su mente era la de una mirada azul. Necesitaba volver a verla. No sabía por qué y no entendía aquella nueva necesidad, pero era así. Le daba un vuelco el estómago sólo de pensar en ella.

En el fondo sabía que había ido a aquel lugar sólo con un pensamiento. Quería volver a sentir la vida. Entrar en un cuerpo humano y recuperar todas las sensaciones de la otra vez. Y era inútil querer engañarse a sí mismo convenciéndose de que no quería hacerlo porque lo deseaba desde que había abandonado aquella cafetería.

Lo que estaba a punto de hacer era una irresponsabilidad y lo sabía. Pero una larga eternidad bien podría concederle unas horas de descanso. Tenía toda una infinidad de tiempo para ponerse al día después.

Abrió los ojos y miró el cielo azul. Era algo precioso. Lo había visto muchas veces, pero nunca como ahora. Era muy diferente a través de los ojos de un mortal, sintiendo todo el entorno que lo rodeaba.

Se puso en pie lentamente y la gabardina ondeó al viento entre sus piernas. Cerró los ojos y su cuerpo se esfumó de allí.

***


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⏰ Última actualización: Apr 07, 2016 ⏰

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DESTINOS I: El Pecado OriginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora