CAPITULO13

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El capitán Natanael Gogeaskoetxea Fernández dispuso de lo mejor que tenían las bodegas del San Jorge para agradar a sus pasajeros, agregando a la mesa que había dispuesto para la comida, ya no para un frugal desayuno sino más bien un completo almuerzo, especies marinas procesadas por el cocinero de a bordo según sus personales instrucciones: cecina de chancho y res aderezada con especies; pescados frescos cocidos de diferentes maneras; quesos, panecillos, galletas, vinos y frutas secas.. No se olvidó tampoco de vestirse con su mejor atuendo, ese que siempre guarda con gran cuidado para presentarse a las autoridades en los puertos donde llegaba, y esta vez para quizás, pensaba, suprimir la primera impresión que le causó a Margarita.

            Se hizo acompañar de sus hombres de confianza y a medida que los pasajeros iban llegando, los fue saludando con una gran sonrisa sumando la pregunta de sí habían dormido bien en la primera noche dentro del San Jorge. Su atención ahora se centró en Margarita, a quien invitó a sentarse a su lado. Ella aceptó, pero apenas abrió la boca para agradecer.

―Esta es una atención especial en esta largo viaje―comenzó a decir para motivar la reunión―antes de llegar a nuestra primera escala para aprovisionarnos y luego proseguir océano abierto hasta el Nuevo Mundo. Así que les ruego disfruten de estas menudencias tratadas con mil cariños.

            ―Esto se ve de lo mejor y creo que será algo difícil de olvidar, por lo que sinceramente les doy las gracias a nombre del grupo por este especial detalle―le expresó Juana.

Los comensales comían y charlaban y Juana y su grupo estaban disfrutando del exquisito banquete pues desde que comenzaron a huir del Santo Oficio no habían tenido tiempo de disfrutar de una buena comida, salvo, si eso se podía llamar así, en la posada donde estuvieron en Portugal.

Sin que nadie lo notara, un marinero, de los que se ocupaban de vigilar directamente la carga , se acercó al contramaestre para informarle de algo y éste a su vez se aproximó al capitán y le dijo al oído algunas cuantas cosas por lo largo del tiempo empleado, lo que hizo cambiar su semblante; no era que se mostraba airado pero si manifestaba cierto nerviosismo exteriorizado también a través del movimiento de sus manos, pero pensó que no era el momento para dar explicaciones o exponer lo que le inquietaba por lo que dejó que todos acabaran el condumio.

              Al rato el capitán se paró para agradecer la asistencia y empezó a informar que no podían abandonar el castillete porque era la hora en la que la cubierta estaría dispuesta sólo para que los negros sean atendidos, lo que deberá significar desde ahora una cosa rutinaria hasta llegar a su destino.

―Las horas de la mañana se dedicarán al cuido de la carga, estando todo bajo la coordinación de nuestro médico, por lo que ustedes, los pasajeros, permanecerán en sus habitáculos quedando rotundamente prohibido, por cualquier circunstancia, bajar a los sollados sin mi permiso―expresó para lentamente continuar, ahora mirando a cada uno de los recientes comensales, como buscando un culpable por lo que iba a decir―porque alguno de ustedes violó la seguridad interna y con argucias de no sé qué tipo, procedió a remediar a los negros.

            La acusación era, sin dudas, temeraria pero irrefutable porque la mejoría que presentaron los negros no tenía discusión, según la opinión de los marineros que ya los habían “revisados”. Sin esperar a que los pasajeros salieran de su asombro, el capitán los sorprendió más al decirles:

―Lo que ha hecho o han hecho me obligaría a una investigación y a someter a los culpables a determinadas penalidades, pero en vista de que los presuntos no son parte de la marinería ni de la oficialidad y que viajan como incógnitos, no me queda por esta vez que la advertencia.

BARAKA, EL PERDÓN DE LAS BRUJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora