Capítulo 7

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            Las puertas del infierno se abrieron en la tierra, en el altar mayor de una iglesia abandonada, con hueco circular en el techo, mientras la luna llena la iluminaba y candelillas blancas y negras dispuestas en el piso en forma de círculo, encerraban un trono marmóreo blanquecino, en el que estaba sentado, libando de una copa de plata, el mismo fantasma que por años se le había aparecido a Carmelo Cirené.

            Afuera del círculo luminoso de las velas, las lozas del piso de la iglesia aparecían abiertas, mostrando profundidades en las que un mar de lava se movía de un lado a otro, como protegiendo escalinatas que bajaban no se sabe a dónde, pero cada cierto tramo seres espeluznantes se asían a los pasamanos.

            Y sobrevolando la iglesia, decenas de mujeres y hombres desnudos. Sí, figuras humanas que revoleteaban como esperando la orden de alguien para descender por el gran hueco del techo y participar en el gran rito que estaba anunciado con la participación de quien se hacía llamar también Dios de la luz.

            Ese era el escenario para el tan esperado Sabbat de Carmelo Cirené. El acto de su iniciación, el momento supremo en el que tendría que aceptar al diablo, besarle el trasero y hasta copular si así se lo pidieran.

            Cuando Sebastián Muñoz fue a buscarlo para conducirlo a la ceremonia poco antes de la medianoche, lo encontró al comienzo del camino real, el que llevaba a otras poblaciones, montado en su caballo.

            - ¿Y tú vienes a pie?, le preguntó el jinete.

            -Sí, y tú también vendrás- le respondió - Porque los que no saben volar vienen caminando hasta un descampado del bosque y allí deberán esperar por lo que tienen que hacer, y como te dije antes, la noche está muy fresca- terminó con una risita mas irónica que de burla.

             -¿Y a ti ya te concedieron el arte de volar?

             -No, mi señor no me ha dado ese poder, el que hay que ganarse, por cierto, haciendo no sé qué pero él es el que decide, pero yo estoy contento con lo que hago.

            –Mejor me sigue de cerca porque se puede extraviar- le dijo señalando el sendero que tendrían que tomar dentro del bosque.

            Carmelo desmontó del caballo y lo siguió en silencio, con algo de temor, viendo por los lados, esperando llegar pronto al descampado y salir de una vez de toda esa cosa escalofriante de un pacto con el mismísimo diablo, con el Belcebú de la Biblia, pero salvo el aullido lejano de lobos y el ladrar de perros, no sentía nada extraño en esa noche iluminada, con un firmamento claro y en el que creía ver más estrellas que nunca. Miraba hacia el bosque que era muy denso y no avizoraba que podían llegar a un claro en los próximos minutos.

             -Me parece que no vamos a ninguna parte- le gritó.

            -Recuerda siempre que el diablo no bromea, no juega a juegos- le respondió también gritando.

            Siguieron caminando y de pronto el camino se fue ampliando, los árboles se hacían a los lados y Carmelo pudo ver al frente como se destacaba un descampado totalmente circular y al centro, una destartalada iglesia de la que nunca había tenido conocimiento a pesar de conocer muy bien casi toda la región.

            -Vamos a acercarnos a la iglesia, pero no entraremos- recomendó el guía - Ahora te vas a desnudar- le dijo cuando ya estaban a muy pocos metros de la entrada de lo que no se sabe cuando tiempo antes había sido la casa del Dios verdadero.

BARAKA, EL PERDÓN DE LAS BRUJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora