Capítulo II

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En la maleza del bosque, unos ojos observaban a detalle que era lo que pasaba en aquella brecha.

Había un carruaje con la bandera de Bélgica, en seguida se dio cuenta de que ese era su objetivo, que el rey era su enemigo y debía escapar y armar un plan contra él después. Pero no pensó lo mismo cuando vio que bajaban no muy cordialmente a uno de sus amigos, Agustín. Sus manos estaban prisioneras y lo obligaron a arrodillarse.

La incertidumbre y el miedo pronto se apoderaron de ella.

La idea de que lo decapitaran le aterraba y lo peor es que no sabía qué hacer para ayudarlo.

Cuando escuchó el llanto de un bebé que seguramente se encontraba en el interior del carruaje se percató de que no había puesto mucha atención a su alrededor. Probablemente se había perdido en un punto de su imaginación, pero ahora, analizan cada detalle de los movimientos de los hombres que mantenían prisionero a su amigo.

En total eran seis guardias, pero había uno que se distinguía de los demás. Tal vez por su estatura, que se encontraba por de más de los otros y no era por poco sino por casi una cabeza, sin contar que era más corpulento.

Este mismo hombre parecía ser el líder, ya que él era el único que hablaba y los otros solo escuchaban y en pequeñas ocasiones daban algunas referencias.

Podía concluir que, por sus movimientos preocupados de estar constantemente a la defensiva ante cualquier sonido proveniente del bosque, era posible que se encontraran huyendo, y cuando la desesperación llego al individuo más alto desenfundó su espada, apuntándole a Agustín en el cuello, he inevitablemente Ana dejo escapar un chillido de terror. Pero en cuanto comprendió su gran torpeza se incorporó y colocó su casco, dirigiéndose hacia su yegua para escapar. Pero apenas se disponía a montarla cuando uno de los hombres tomó su tobillo, haciendo que callera brutalmente contra la tierra.

En la posición en la que se encontraba fue fácil desarmarla y cuando uno de esos asquerosos guardias se disponía a retirarle el casco, por instinto y sin pensarlo dos veces lo pateó y arrebato su espada, enterrándola en el cuerpo de uno de los guardias que iba contra ella dispuesto a matarla.

Rápidamente saco la espada del cuerpo que ya no poseía muchas fuerzas, su intención jamás fue matarlo, pero dudaba que el hombre viviera.

Jamás en su vida había atacado a una persona, y mucho menos al grado de ver como la vida se desprendía del perfecto cuerpo que tenían los humanos.

Sus encuentros emocionales fueron interrumpidos salvajemente cuando recibió un tremendo golpe en el abdomen, haciendo que el aire se escapara de sus pulmones y cayera al perder el equilibrio. Y desde ahí, tirada en el suelo, comprobó que quien la había golpeado al parecer era el líder, a quien veía con sumo desprecio.

– ¿Quién eres? – aquella pregunta la había escuchado tantas veces, y siempre contestaba lo mismo, un nombre y apellido diferente al que poseía.

Pero esta vez ni siquiera daría su nombre falso, eso jamás y mucho menos con aquella falta de respeto en sus palabras. Aunque eso salía sobrando, al final de todo se encontraba en una guerra, ¿no?

El cordialísimo ya no existía.

No le contestó, y sin perder mucho tiempo por la abnegación de la chica, tiro de ella sin problemas hasta llegar a la estrecha brecha.

Otros dos guardias la obligaron a arrodillarme al lado de Agustín, mientras que otro llevaba al herido al carruaje.

Mientras ella permanecía estática, sin la intensión de ver a su amigo por miedo a que la identificara, aunque tal vez ya no podría pasar nada peor.

Contra Espada (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora