Capítulo VII

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Las hermosas e imponentes puertas que se encontraban frente a ella la hicieron temblar.
Se escuchaba una extraña música, o al menos así le pareció al principio, era demasiado escandalosa, pero no más que el alboroto que había adentro.
Creyó que en cualquiera momento terminaría vomitando de los nervios.
Pero apenas vino la primera imagen sobre aquello, las puertas se abrieron y la música fue interrumpida de golpe y quedó perpleja al ver a tanta gente en medio del salón, todo indicaba que estaban bailando, pero ante la interrupción se fueron recorriendo a los costados de los muros, dejándole ver una alfombra roja, la cual abarcaba todo el pasillo, que conducía hacia una de las más grandes mesas que se encontraban en el lugar.

— Elizabet Becket, Duquesa de Aarschot — al terminar de hacer la presentación un hombrecillo del reino, todos aplaudieron.

Y al levantar la mirada pudo ver a David, de pie como todos los que se encontraban detrás de la gran mesa.
Se encontraba acompañado de su hermano a su derecha, a su izquierda se encontraba una silla vacía, y en los demás asientos fue incapaz de identificar quiénes eran los que lo ocupaban.
Por la mirada que le dio David, entendió que debía caminar por esa alfombra y al hacerlo, él rodeó la mesa, esperándola hasta al final de la alfombra.
Caminó lentamente, con miedo de tropezar, pero le era imposible seguir con ese sendero tan largo cuando todos los ojos presentes la veían detenidamente.
Aun así, continuó, no había otra salida.
En cuanto estuvo al lado de David, él tomó su mano y la presentó a caballeros y damas que se encontraban alrededor de aquella mesa.
Todos eran importantes, pero jamás fue buena en recordar nombres y mucho menos títulos.
Después de interminables minutos David y ella se sentaron a degustar una deliciosa cena o al menos así se veía el platillo, porque ni siquiera fue posible llevar el primer bocado a su boca, ya que uno de los mismos hombres que se encontraban a su alrededor la invitó a bailar.
Intento negarse, pero fue imposible, era tan insistente que no le quedó otro remedio más que acompañarlo hasta la multitud.
No sabía bailar tan bien como todos los presentes, pero sabía lo básico, lo suficiente como para sobrevivir a una sola pieza.

— Jamás creí que hablara enserio al mencionar que no sabía bailar — quiso animar un poco el hombre en cuanto la música paro.
— Yo jamás miento — intentó promocionar esas simples palabras lo más relajada posible cuando en realidad quería golpearlo por haberla hecho pasar un mal rato —. Si me disculpa, ahora vuelvo.

Se dirigió en secreto hacia las puertas, buscando la salida. Para su suerte, después de que ella entró al salón nadie las había cerrado, por lo que su huida sería sigilosa.
En cuanto perdió a la multitud aceleró su paso, lo último que quería era que alguien del baile la reconociera y la llevara hasta ahí dentro, pero por las carreras no fue capaz de observar por dónde caminaba y se estrelló contra una persona.

— Mis más gratas disculpas, no la vi bella dama — esa voz tan melodiosa hizo que sus ojos enfocaran a la pobre víctima.

Era un hombre, todo indicaba que de su misma edad, ojos obscuros y cabello color caramelo intenso que hacían contraste con su piel tan blanca y perfecta.

— N-no la culpa es mía — tontamente trato de disculparse.
— ¿Elizabet? — el hombre la veía con tremenda curiosidad.
— Creo que me confunde, yo soy... — después de tanto tiempo le era casi imposible olvidar que Ana era su nombre falso y no el real.
— No, no, pocas veces en mi vida he visto ese cabello, eres tú, Elizabet.
— ¿Elizabet?

Cerró los ojos con fuerza al escuchar la voz de David, jamás la iba a dejar tranquila.
¿Qué tan difícil le es entender que no quiero estar en esa fiesta?
Se preguntó mentalmente.

— ¿Qué haces aquí? — la brutalidad de su pregunta la hizo callar al darse cuenta de que no se dirigía a ella, sino al chico.

Él le hizo una fugaz reverencia para después contestar a su pregunta.

Contra Espada (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora