Capítulo IX

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Cansancio era lo que ella sentía, y no era para menos después de tres días seguidos cabalgando. Por las noches acampaban, pero aún así no era suficiente para sentirse totalmente recuperada del agotador viaje.
Y durante esos tres días tuvo que contenerse más de lo normal para no explotar de furia, aunque cierto era que David no había hecho comentario alguno en su contra ni nada parecido, todo lo contrario, pero no podía olvidar del todo lo que había hecho simplemente por egoísmo, o al menos eso imaginaba ella, pues no se había detenido para preguntarle, solo había tratado de ignorarle para no salirse de sus casillas.
Aunque poco se podía hacer en esos momentos, pues Miguel ya había zarpado hacia Inglaterra, a enfrentarse en una posible guerra, de la cual tal vez no saldría vivo, y David simplemente dio la orden, sin detenerse a pensar en ella ni en él. Pues ni siquiera habían entablado una verdadera conversación.
Ahora solo esperaba volver a verlo sano y salvo, pero ya poca esperanza tenía, puesto que todo aquel que se aventuraba en el combate con el enemigo fracasaba.
En Inglaterra todo parecía tranquilo, no se lamentaba de nada, pero ese último año fue aterrador.
Ataques y más ataques, amigos y conocidos asesinados simplemente por el hecho de coincidir con el enemigo.
Ya no había paz por ningún lado, por eso su padre quería escapar, al igual que ella. Pero no simplemente de ese lugar, sino de todo lo que conllevará sangre, perdida y despedidas.
Y ahora entendía todo, su padre sabía bien lo que iba a ocurrir, por esa razón siempre se mantuvo firme frente a ella con una espada, él solo buscaba la forma de que ella fuera capaz de defenderse por sí misma. Porque la guerra en todo tiempo es cruel, y de ella nadie se salva, no si solo se es una damisela esperando ayuda, pero las personas parecían no entender eso.

Los primeros rayos del sol se hacían presentes, y ya todo mundo estaba levantado, moviéndose de un lugar a otra, y ella no era la excepción, aunque más que ayudar, solo se concentraba en admirar y pasar tiempo con su yegua.

— ¿Ya me vas a hablar? — agradeció estar aún a espaldas de David para que no viera la primera reacción que tuvo al escuchar su voz, rodar los ojos al cielo — ¿O seguirás evitándome?
— No se de que hablas — lo ignoró por completo, y solo se centró en colocarle la montura a Lisa.
— Claro, todos aquí, por más retirados que se encuentren de ti, se dan cuenta de las miradas asesinas que me das.
— Sabes perfectamente bien el por qué — lo encaró fastidiada.
— En realidad no — volvió a rodar los ojos al cielo sin temor de que él la viera esta vez.

Tomó las riendas de la yegua con la intención de montarla y alejarse de él para evitar un disgusto más, pero su plan fue interrumpido cuando él la cargó con tanta facilidad como un costal de papas sobre sus hombros, que la chica ni tiempo tuvo de oponerse.

— ¿Estás loco? — chilló de la sorpresa —. Bájame ahora.
— Nunca me obedeces, así que no tengo por qué hacerlo yo — respondió encaminándose hacia uno de los carruajes —. Es agotador viajar a caballo, además de que tú no tienes por qué cabalgar uno, tú lugar es ir en el carruaje.

Elizabet trato de golpear su espalda a cómo pudo con sus puños cerrados, pero al ver que no causaba ningún efecto en él y que se habían ganado la atención de todo los presentes, decidió simplemente no oponerse.

— Esto no es justo, quiero estar al lado de Lisa.
— Ella estará bien, aunque no podré decir lo mismo de ti si sigues de terca.

Al cabo de unos segundos la colocó en el suelo y sin más remedio tuvo que subir al carruaje.
La simple idea de pasar un día entero ahí junto a él, le causaba dolor de cabeza, aún ni transcurría un minuto conque ya rogaba no exaltarse y caer en sus tontos juegos de siempre.

Contra Espada (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora