Una semana, tal vez dos o tres... la realidad era que ya había perdido la noción del tiempo, pero Elizabet no se preocupó por hacer recuento de los días insoportables que había vivido en aquel barco, todo lo contrario, aquello ya había terminado y estaba dispuesta a olvidarlo por completo de su memoria, pues no había otra cosa que la hiciera más feliz que haber llegado a tierra.
Y no era que se olvidara tan fácil de Antonio, pero después discutiría con su apreciado rey sobre como rescatarían a su amigo.
— ¡Bienvenida a la cuidad de Amberes! — le anunció David con una sonrisa en los labios al bajar del barco —. Estaremos aquí por unos días, después marcharemos al palacio.
Aquello no le causó ninguna emoción y logró ver cómo el semblante de David cambió de total felicidad a uno neutral.
— Aquí fue donde pasaste la mayor parte de tu niñez, después te llevare a la que fue tu casa, más bien es tu casa.
Estaba a punto de responderle lo mismo que le decía cuando él comenzaba a hablar sobre la gran vida que tuvo cuando vivió en Bélgica, pero al encontrarse frente al carruaje real y cuando uno de los tantos guardias que los rodeaban abrió la puerta para que subiera, no pudo reprochar.
Las calles se encontraban repletas de personas, unas vendiendo mercancía y otras más comprándola y Elizabet solo se concentró en observarlos hasta que poco a poco las calles y pequeñas casas coloridas fueron desapareciendo para dar lugar a otro tipo de paisajes.
Casas más grandes y extravagantes, jardines poblados de rosas y árboles que se mantenían fuertes y verdes a pesar del clima tan frío que los asaltaba. Pero sus ojos quedaron maravillados al ver a poca distancia un gran palacio, aunque no era tan grande como el del rey de Inglaterra.
El carruaje se detuvo y a los pocos segundos David la ayudó a bajar, permitiéndole contemplar tanta belleza en un solo lugar.
Las puertas del palacio se abrieron y dejaron ver a primera vista a un hombre más joven que David, bien vestido y tras de él se encontraban lo que creía eran los sirvientes.
— ¡Mi rey! — exclamó feliz a la vez que le hacía una reverencia —. Bienvenido.
En los labios de David se ensanchó una gran sonrisa y al poco tiempo caminó hacia él para fundirse en un gran abrazo.
Elizabet sintió un poco de ternura al ver aquella escena, parecían quererse mucho y eso a la vez la entristeció.
Pensó que si ella volviera a reencontrarse con Antonio lo abrazaría igual o más fuerte que David y su amigo.
— Mi hermano, es un gusto verte de nuevo.
— Lo mismo digo — sin terminar de pronunciar aquellas palabras miró con un rabillo del ojo a Elizabet, percatándose de su presencia.
— Te presento a la Duquesa de Aarschot — al escuchar aquello la chica creía que desfallecería, no le quedó duda de que David estaba loco.
— Mucho gusto mi Señora — Elizabet frunció el ceño confundida al escuchar aquello, sin embargo, calló y le dio su mano, donde aquel caballero depositó un cálido beso.
— Elizabet, él es Felipe, mi hermano, Rey de Francia.
La confusión era notable en el rostro de la chica, pues jamás imagino que él loco del rey tuviera un hermano, y mucho menos que fuera rey de otro país, pero igual, lo que más la desconcertaba era lo engreído que era David, llegó a pensar que provenía de una familia donde él era el único hijo, pero a la vez pensó que todos los reyes eran engreídos, sin embargo jamás confirmaría sus sospechas ya que solo a David conocía con tal título.
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Contra Espada (PAUSADA)
RomanceGuerra era lo que quería, venganza igual, culpó por su desgracia al rey equivocado y pensó enfrentarse espada contra espada, pero al final terminarán luchando corazón contra corazón... * Todos los derechos reservados a Magaly Alvarez