El águila intentaba batir sus doloridas alas repletas de cardenales. Cayó desde lo más alto del horizonte en picado y se quedó tendido mirando hacia donde le esperaba el destino de su vuelo. Caminó entre secos matorrales y altas acacias, entre gritos y rugidos.
Encontró en su camino una pequeña leona herida, tumbada con el pecho ensangrentado bajo la estela protectora de una hiena. Esta la mantenía tumbada, apretando de cuando en cuando la herida que comenzaba a sanar abriéndola de nuevo para así mantenerla siempre en su posesión.
El águila casi sin fuerzas se acercó a ella tirada en la tierra, y posó sus alas a su vera descansando el dolor. Vio un brillo en sus ojos que pedían ayuda aunque sus palabras eran opacas en el vano intento de ocultar el dolor. El pecho fue sanando con las curas desinteresadas del águila que cada vez exaguaba más sangre a su alrededor ocultándola sin embargo a la vista de los demás habitantes de la sabana, por el miedo a ser devorado ante la imagen de su debilidad herida. Se alejaron lentamente del dominio de la hiena, ella fue tomando fuerzas y su herida fue sanando hasta dejar poco mas qe una cicatriz entre el cabello. En cambio el águila continuaba mirando hacia aquel destino que había dejado en su caída, ya desaparecido, con el dolor cada vez más profundo en las mariposas del pecho con alas de cuchillas que rasgaban el cumulo de sentimientos más profundos que habían de mantenerlo en pie y cayó. Cayó esta vez a lo profundo de la oscuridad donde los sentimientos doloridos juzgaban sus actos y sus pensamientos claros fueron perdiendo su dulce fulgor. Se consumieron como una hoja seca en el candor de la fiera llama ardiendo.
Allí estaba ella, la joven leona con las heridas remendadas lo sostuvo tumbado en el suelo, acarició sus plumas lamiendo las heridas que habían enquistado ya en sus alas y lo mantuvieron inconsciente. Fue poco a poco intentando remendar las heridas que él volvía a abrir cuando casi había huido de esa oscuridad. Estaba acostumbrado a ella y le parecía un imposible volver a ver la claridad que ella intentaba brindarle.
El águila sentía sus patas encadenadas a aquel destino perdido que había vuelto, sin embargo había cambiado de un precioso jilguero a un buitre doloroso. Mantuvo siempre hacia allí la mirada entre las tinieblas que fueron surgiendo con más fuerza. Tras él seguía aquella leona remendando sus heridas, iluminando el lado opuesto, ofreciéndole luz y amor que él no se atrevía a mirar. Sanó sus heridas mientras del otro lado el buitre esperaba para acabar de nuevo con aquellos remiendos que lo mantenían en vuelo, y él quiso acercarse. La pequeña rompió las cadenas que lo habían atrapado en la oscuridad creyendo que volaría sobre ella, tomando el camino de la claridad, el amor y la dulzura que ofrecía. En cambio él sin pensar se precipitó hasta llegar al buitre, que no era ya el destino que tanto anhelaba sino una burda decadencia de él. Entonces giró la cabeza y la vio, tumbada sobre el suelo con la tristeza marcada en su rostro y unas pequeñas heridas causadas por el batir de las alas y el fiero intento de mantenerse en la oscuridad.
Se percató de que había dejado de darle lo mismo, que revivía gracias a ella, y comenzó a darle su propia oscuridad de la que ninguno podría salir y ambos caían. Atacó al cuello del buitre dejándolo sangrante en la huida, y la fiera tormenta se fue disipando a medida que volaba temeroso hacia la postrada leona. Ella tenía los ojos encharcados y el dolor en los huesos. Volvía a sangrar de pequeñas heridas pero no aceptaba ahora la ayuda que el temeroso águila quería volver a brindarle. Pensó que volar lejos de ella arrancaría la demacrada oscuridad que estaba infectándola, en cambio, crecía aún más rápido en ambos. Supo que debía volar tan alto como lo había hecho tiempo atrás, respirar hondo del azul cálido que le brindaba la vida y tomar entre sus patas a la que había sido su salvación de la oscuridad y elevarla junto a él. A pesar de la negación que ella había manifestado ante su ofrecimiento de ayuda. El águila no sabía que iba a pasar tras aquella tormenta en la oscuridad, pero si tenía claro que debía curar las heridas de ella, disipar su dolor y ofrecerle la misma claridad y amor que ella había brindado y ante la que él mantuvo cerrados los ojos por creencias erróneas.
En el mismo momento que vio la luz supo, con la claridad que da la razón limpia de lodo, que aquella leona era donde podía tumbarse cuando sus alas fallaran, y que él era el vuelo que ella tomaría cuando sintiera dolidas las zarpas y creyera que no podría seguir adelante.
A pesar de todo, el águila y la leona eran complementarios el uno del otro.Querían serlo.
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Los Perros De Octubre
PoezjaOctubre tiene frío y le hiela la lluvia, pero es feliz; le gusta caminar sin abrigo en las solitarias noches heladas, colocarse los guantes y la chaqueta cada mañana y sentirse resguardada, mirar su reflejo y guiñarse un ojo. Pero sobre todo; le gus...