Cruel diagnóstico, recuerdos perdidos.

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Quien olvida su historia está condenado a repetirla.

En aquella extraña playa se distinguen sombras, dos para ser exactos, y luz, una cegadora luz blanca. Las olas se difuminan con pesar dibujando el contorno de las paredes de una habitación desconocida para mí, y la arena vuela con temeridad como diminutas partículas de realidad.

¡Lucas! Grita una voz masculina, pero al mismo tiempo aguda, que nunca había oído antes.

Después un naranja chillón rompe mis retinas. Un color demasiado agresivo después de no abrir los ojos en quién sabe cuanto tiempo. Al principio pienso que es una naranja enorme, lo que resulta bastante imposible y al cabo de unos segundos o minutos llego a la conclusión de que es una cabeza.

Se está despertando. La voz sale de esa cosa naranja.

¿Qué? La voz incrédula del chico con el que sueño tan a menudo me agita. Voy a llamar a la enfermera.

¿Dónde narices estoy? ¿Por qué me cuesta tanto despertar? Se supone que lo normal y sano es dormir entre ocho y doce horas. La idea más coherente en mi mente es que estoy muerta, pero si de verdad la muerte me hubiera arrastrado al inframundo no estaría despertando.

Finalmente puedo ver con total nitidez, ya no hay puntos borrosos ni espacios confusos. Ahora observo claramente a un extraño de pelo naranja y ojos marrones de pié a mi lado, tocando mi brazo.

La voz aguda surge de él. No es aquella que me relaja, ni tampoco esa otra que hace que mi estómago se convierta en un manojo inútil de nervios.

Alguien entra con rapidez en el lugar y se posiciona a mi derecha. Es Lucas, el chico que huía de aquella joven rubia y después se casaba con ella en varios de mis sueños. Un hombre vestido de blanco y un poco encorvado se dirige a mí.

-¿Puedes oírme?- habla demasiado fuerte y cierro los ojos un segundo.

-Sssí- tartamudeo mientras el fuerza los párpados de mis ojos e ilumina el interior con una especie de linterna.

Levanto la mano para intentar apartar la molesta luz de mis ojos y el señor me inmoviliza ejerciendo presión en mi hombro.

-Tranquila- susurra consciente de que me estoy enfadando.

¿Quién se piensa que es para tocarme la cara? ¿Por qué me hace esto, por qué me agarra? ¿Por qué me clava una aguja en la muñeca para inyectar un líquido azul?

-Doce miligramos de Maxcetomina- ordena a una mujer que aparece de la nada con un carrito repleto de frascos extraños.

-¿Dónde estoy?- consigo decir forzando la lengua de sobremanera.

-En el hospital- explica el hombre, que atando cabos rápidamente, debe de ser un médico y lo que me está haciendo alguna curiosa prueba rutinaria- ¿Recuerdas tu nombre?

-Vaquera- confieso tan débilmente que es inaudible y después la oscuridad se cierne sobre mí otra vez.

¿Por qué ha vuelto a dormirse? Gritaba furiosa la voz de Lucas.

La hemos inyectado un tranquilizante, así cuando vuelva a estar consciente no se pondrá tan nerviosa al saber al menos dónde está. Explicaba una segunda voz.

Donde manda el corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora