24- Te doy el sí. Le pese a quien le pese.

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«Muchos saben el camino, pocos lo acaban recorriendo»

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«Muchos saben el camino, pocos lo acaban recorriendo».

Da Mo.

Elizabeth I es mi referente porque se trataba de una mujer poderosa que no permitía que la apartaran de su destino. Así que os podéis imaginar el placer que me proporciona contemplarme en el espejo y sentir que mi espíritu es similar al suyo, pues no me he dejado arrastrar por las exigencias de otros. Poneos en mi lugar y advertid la paz que me proporciona oler el perfume con un dejo a lavanda. Y, en especial, pasar las manos por el satén rojo intenso de su vestido y por los bordados en hilos del oro más puro.

     ¡Me impresiono con él puesto! ¿Sabéis por qué? Porque lo adornan rosas Tudor cuyos centros son brillantes tallados de modo exquisito y los pétalos rubíes del color de la sangre. He prescindido, por supuesto, del corsé de madera y el que llevo —así como la enagua— es moderno y seductor. Para rematar, alrededor del cuello luzco una cadena dorada decorada con rubíes a juego y con brazaletes de los mismos materiales las muñecas. Uno de ellos lleva encastrado un lujoso reloj.

     Cierto es que en lo físico no me parezco demasiado a Elizabeth —cuyo pelo naranja destaca por oposición a la blancura—, pero ella igual me contempla con cariño. Desde que llegué de Japón mi tez nunca luce pálida, sino que siempre brilla sonrosada. Perdida dentro de la enorme gorguera mi cara me convierte en una amapola gigantesca, que se dejará acariciar por la suave brisa que en unos minutos se generará alrededor de mí.

     La única concesión que he hecho al atuendo isabelino ha sido mandar ajustar las mangas abullonadas para adecuarlas a mis brazos, un poco más finos que los de ella. Esto y alargar el bajo porque soy bastante más alta. Lo demás parece hecho para mí, me sienta a la perfección. Pero lo mejor de todo radica en que desde que Betsy me trajo su ropa y los adornos no se ha separado ni un segundo de mí. Me trata como si fuese una hija perdida.

     De hecho, todos los fantasmas intentan levantarme el ánimo por el shock que sufrí al descubrir que el mafioso fue la persona ruin que mandó robar mis óvulos. El asesinato de Black podría entenderlo, me amaba a su manera e intentaba protegerme. Y cualquiera comprende que ese engendro no merecía vivir. Pero su deslealtad es imposible de perdonar.

     Tuvimos un enfrentamiento como nunca, pues él utilizaba la estrategia de que «la mejor defensa es un buen ataque». Fingía que no entendía por qué yo estaba tan molesta.

—¿En serio no lo comprendes? —Enfurecida, le clavé la vista—. Te lo resumo: porque no me creo que solo lo hayas hecho para retenerme. Estoy segura de que, al igual que Joseph Black, pretendías utilizar al niño que pudiese nacer.

—¿Esto piensas de mí, Danielle? —Utilizaba el tono gélido que emplea cuando se vuelve implacable.

     No me engañaba, pues percibí sus nervios. La puerta de la sala estaba abierta y lo pillé mientras echaba miradas rápidas en dirección a la otra habitación. Recordé, también, que al recibirme en la entrada titubeó, como si no quisiera que traspasase el umbral.

La médium del periódico #2. La espada del samurái (terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora