Todo era bullicio en la taberna.
La noche ya caía en aquel pequeño pueblo, y los campesinos, agotados tras una dura jornada laboral, arando la tierra, cuidando los cultivos, y ahuyentando, incluso cazando a las alimañas que merodeaban por sus tierras, disfrutaban de sus jarras de cerveza fría. Cuanto más grande la jarra, mejor. No importaba en absoluto pagar un poco más, podían permitírselo.
En aquellas tierras el clima era suave y fresco, con lluvias y sol en un equilibrio idóneo, por lo que las cosechas solían ser buenas, muy buenas, es más, aquella zona era la predilecta de la capital, donde siempre trataban de hacerse con los productos autóctonos de aquella parte del reino, así que las gentes del sur iban bien de dinero, y por tanto, de cerveza.
Cansados como estaban, después de dejarse sudor y sangre en los huertos, la sed apremiaba, y más de un hortelano había dado buena cuenta a varias jarras de cerveza, así que muchos ya empezaban a tambalearse, andando en eses mientras cantaban canciones obscenas, trabándose la lengua al hablar. Sin embargo, ni una trifulca, y eso que muchos eran hombretones suficientemente bebidos y suficientemente imponentes para empezar una a la más mínima provocación. Aquel hecho sorprendió al joven.
En la barra, un chico observaba con una sonrisa la escena tan típica de una taberna. Llevaba una capa de tela vieja y marrón, bastante desgastada, pero que todavía valía. Se había quitado la capucha, tratando de no ser maleducado, mostrando a los lugareños un rostro moreno en el que destacaban sus ojos grisáceos. No eran de un tono especialmente bonitos, pero tenían una chispa cautivadora, y uno no podía ignorarlos al ver el contraste con la piel oscura del joven.
El muchacho se relamió los labios finos, bañados en espuma, y apoyó la jarra en la barra. Se volvió en su asiento, quedando de espaldas al camarero, volviendo a escudriñar hasta el más mínimo detalle del lugar. Acalorado, se pasó una mano por su pelo, también oscuro, negro como el carbón, y revuelto, casi salvaje. Más de uno le preguntaba si se molestaba en peinarse, y él siempre reía y decía que no merecía la pena; volvería a rebelarse y a ir cada mechón por su lado.
De repente, un par de campesinos se sentaron en la barra, junto a él. Uno era bajo y orondo, con una barba larga y enmarañada, y el otro alto y musculado, con un bigote bien cuidado, pero cubierto de espuma de su última cerveza. El más bajo, aporreó la barra, gritando lo que el muchacho pensó que sería el nombre del camarero. Un hombre de avanzada edad, calvo y con una barba mal afeitada se apresuró a servirles dos jarras bien grandes. Los campesinos brindaron, y se la bebieron de un trago, posándola con fuerza de nuevo en la barra. El chico casi temió que la rompiesen por la fuerza.
Entonces, el campesino alto fijó su mirada en él. El chico dio un leve respingo en su asiento, sorprendido, pues no había llamado la atención de nadie en toda la noche. El hombre le dedicó una mirada de soslayo, mirándole de arriba abajo, tratando de descubrir quién era y de dónde venía.
—Tú no eres de aquí, ¿verdad? —Rugió con una voz potente y profunda, casi gutural.
El muchacho se mordió el labio, frotándose las manos. No comprendía por qué estaba tan nervioso de repente, pero se apresuró a responder.
—No, señor. Soy extranjero.
—Ya veo... —El fornido labrador se frotó su bigote con los dedos, pensando su siguiente pregunta. —¿De dónde exactamente? ¿Krakoa?
El chico asintió repetidamente. No era muy complicado reconocer a los de su país: Krakoa, la tierra tropical. Un pequeño reino situado al suroeste de allí. Era un reino afable y poco beligerante, amantes del mar y hábiles pescadores.
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AGOBAR: A Girl Of Blood And Ravens (#Wattys2016)
AventureLa leyenda de una mujer con cabellos de sangre, que aparece por las noches rodeada de cuervos, y la historia oscura y misteriosa del reino más poderoso del continente. El que parecía un viaje en busca de historias para el joven bardo Kaze, se convi...