Capítulo 7: ¡Viva el rey Tautvydas!

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Los primeros rayos de sol de la mañana se colaban entre los pequeños huecos que dejaban las copas de los árboles, iluminando de manera desigual el rostro de un durmiente Kaze.

Pasado el susto del encontronazo con Alana, el krakoano había dormido de un tirón, relajado y cómodo a pesar de las dificultades del terreno, lleno de escombros, raíces y demás. A pesar de aquello, el frío inspirado por su espectral amiga desapareció, y pudo dormir cálidamente, despreocupado de que alguna alimaña se hubiese dedicado a mordisquearle el pie.

Despertó relajado y con energía al sentir la calidez del sol acariciando sus mejillas con la ternura de una madre. Remoloneando un poco, finalmente se incorporó, desperezándose con movimientos gatunos, acompañado del leve murmullo del viento, el cual parecía querer contarle sus secretos más íntimos, despejándole al tocar su cara. El piar de las aves además, hacía de perfecto complemento a aquella bucólica manera de despertar.

Cuando por fin abrió sus ojos oscuros, miró despacio lo que había a su alrededor. Seguía en el bosque, en la casa derruida. Pero ni rastro de cuervos, tan siquiera había plumas. Y mucho menos, rastro de Alana. Se frotó el pelo con tesón, frunciendo el ceño mientras pensaba en la noche anterior. ¿Realmente había ocurrido todo aquello o no había sido más que un sueño? Un sueño extraño, pero un sueño al fin y al cabo.

Se quedó con la vista perdida en el horizonte, jugueteando con los dedos, mientras cavilaba acerca de aquello. Tal vez hubiese sido todo fruto de su subconsciente. Suspiró. En tal caso, era una verdadera lástima. Hubiese sido una muy buena historia que contar. Era una pena, pero era lo que había, no podía hacer nada. No quedaba otra; debía seguir su rumbo hacia la capital, con o sin Alana, y buscar nuevas historias.

Tras un largo rato sin hacer nada, recogió sus cosas, y se levantó. Buscó el riachuelo más próximo, uno que había visto durante su excursión, antes de encontrar la casa, y se lavó la cara. Luego, buscó por el camino de salida del bosque algún que otro fruto en los árboles o arbustos, y tras cercionarse de que estaban en buen estado o no eran venenosos, se los comía, a modo de desayuno, que buena falta le hacía.

Tras horas andando en busca de la salida de aquel manto espeso de flora, llegó a las lindes del bosque, y se detuvo, apoyándose en uno de los árboles, mirando las llanuras que se abrían frente a él como un enorme océano verde. En Eris todo era verdura, contrariamente a lo que habituaba a ver en Krakoa, donde el azul y el marrón claro de las playas y las calas, y las rocas de las montañas, eran lo que imperaba. Suspiró, y dio el primer paso.

—¿Nos vamos ya? —Preguntó alegremente, canturreando tras él una voz femenina y joven que Kaze conocía perfectamente, a pesar de haberla oído tan solo una noche. Se dio la vuelta, y allí la vio, a la luz del día. Era Alana. Existía. Kaze abrió los ojos como platos, incrédulo.

Allí estaba, no había duda. Presentaba el mismo aspecto que por la noche, al fin y al cabo, era un fantasma, dudosamente tendría otra ropa que ponerse. A sus pies, Aleph picoteaba alguna semilla. Kaze resopló. Finalmente iba a llevarse un cuervo. Bueno, mejor Aleph que todo su ejército aviar, todo tenía que decirse. Alana sonreía ilusionada, resplandeciente. Sus ojos brillaban con fuerza, y a la luz del sol adquirían un matiz distinto, que los hacía más claros, recordando al jade más que a la esmeralda. Ciertamente eran unos ojos fascinantes.

Ella ladeó la cabeza, esperando respuesta, pero el chico todavía tenía que asumir que al final, todo era cierto e iba a emprender un viaje junto a un fantasma y un cuervo. Se balanceaba sobre sus pies, de adelante hacia atrás, con las manos juntas en su espalda, resultando tan niña como le parecía por la noche. ¿Lo haría adrede o aquel carácter pueril era inherente a ella?

—Sí. Vamos—. Sentenció Kaze con una sonrisa de oreja a oreja. Alana dio un par de saltitos en el sitio, y se adelantó. De repente, justo cuando dio el primer paso fuera del bosque, se quedó quieta, petrificada. Parecía una bella estatua, contemplando el horizonte. Kaze le preguntó si se encontraba bien.

AGOBAR: A Girl Of Blood And Ravens (#Wattys2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora