Capítulo 8: Mañana a medianoche.

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Las campanas resonaron por las calles, rompiendo el silencio del alba como un enorme mazo que parte un cristal en mil pedazos.

A pesar de la fiesta y el alboroto que había inundado las calles por la noche, Kaze logró conciliar el sueño bastante rápido, sumiéndose en un letargo ininterrumpido y reparador que le había hecho amanecer pletórico y con buen sabor de boca. Bostezó con ganas, y se inclinó en la cama, mirando el exterior de la ciudad, perdiéndose en la hermosa figura del castillo.

—Buenos días, dormilón—. Dijo Alana a los pies de su cama, dedicándole una cálida sonrisa, con las manos apoyadas en sus mejillas, recostada sobre el baúl que le habían dejado.

—Buenos días, Alana—. Contestó él, inclinando la cabeza con otra radiante sonrisa. Se levantó de la cama, vistiéndose perezosamente, mientras la chica, observaba con atención sus movimientos. Kaze no le concedió importancia. Solamente tenía que ponerse la camisa y las botas, no tenía nada que esconderle.

Mientras él se anudaba con lentitud las botas gastadas que llevaba consigo, discutieron cómo abordarían su investigación. Había muchas maneras de comenzarla, y demasiadas incógnitas. Tal vez lo mejor sería saber si alguna vez alguien vivió en el Bosque de las Diosas. O si alguna desgracia acaeció en aquel lugar durante la guerra del rey Tautvydas. Ambos se miraron, sopesando las posibilidades de éxito. Negaron a la vez. Aquella teoría estaba muy cogida con pinzas, pero era lo único que tenían.

Una vez vestido, Kaze desayunó en la posada, e informó que pasaría otra noche más allí. Al matrimonio le debió de gustar la noticia, pues se les iluminó el rostro y todo. Salieron a la calle, y se detuvieron unos instantes, pensando el plan a seguir. El sol relucía de nuevo en un cielo claro y despejado sin nube alguna que lo ensuciase, y las baldosas grises y los cristales de las casas reflejaban la luz del astro rey, dotando de vida las calles de la capital.

—¿Vamos a preguntar a la plaza grande de anoche? —Sugirió Alana, visiblemente nerviosa. Se mordía el labio inferior, y se frotaba los brazos, conteniendo el impulso de correr a buscar por su cuenta.

—Es lo suyo—. Admitió Kaze. —Deberíamos buscar gente más anciana, y preguntarles. Seguramente ellos tengan más recuerdos. Tal vez en el mercado... —Reflexionaba.

—¿Tal vez algún mercader ambulante? —Kaze miró a su compañera, interesado. —Piénsalo. Si es anciano seguro que sabrá muchas cosas, y si es de esos que van bambando de un lado a otro, seguro que conoce muchas historias. ¡Como tú!

—Tienes razón... Como yo... —Kaze golpeó la palma de su mano con el puño, tenía una idea. —Eso es. Debemos buscar gente anciana que haya recorrido mundo. Mercaderes, juglares, tanto da. Si encontramos a alguien así, seguro que algo puede contarnos.

Alana asintió, sonriente, imaginando cómo sería la persona que les daría la información necesaria. Miró con picardía a Kaze y echó a correr, retándole de nuevo a una carrera. Kaze suspiró, negando con la cabeza. Aquella chica era un terremoto, un no parar. De repente Alana se perdió entre la muchedumbre y Kaze echó a correr tras de ella, un tanto asustado por si se perdía.

—Maldita sea, es que no puede estarse quieta... —Murmuraba para sí, esquivando el gentío, abriéndose paso con agilidad. Afortunadamente encontró a Alana ensimismada, contemplando a un alfarero que trabajaba en un botijo bastante simple.

Kaze se reunió con ella, tratando de disimular para que al verle hablar solo no pensaran que estaba loco, pues nadie más podía ver a Alana. El muchacho le reprochó aquella carrera, y le dijo que en adelante, carreras solamente sin gente y en lugares donde no pudiera perderla de vista. Se sentía como un padre que regañaba a su hija por una travesura. Alana se sonrojó, avergonzada por su actitud, y prometió no volver a hacerlo.

AGOBAR: A Girl Of Blood And Ravens (#Wattys2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora