2. El asistente

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Estaba contenta, las clases iban mejor de lo que podía imaginar, la ciudad estaba llena de vida y de magia, mis amigos me hacían sentir como si nos conociéramos de toda la vida

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Estaba contenta, las clases iban mejor de lo que podía imaginar, la ciudad estaba llena de vida y de magia, mis amigos me hacían sentir como si nos conociéramos de toda la vida. No me podía quejar, pensaba quedarme por allí un buen tiempo.

Mis clases favoritas eran las del Profe Galván, además de que lo podía mirar una y otra vez desde todos los ángulos posibles sin el peligro de ser descubierta mientras me deleitaba con la hermosura de su cuerpo, escucharlo hablar era simplemente estupendo. Jamás pensé que adoraría esta clase, ese hombre realmente sabía de lo que habla, no dudaba ni un segundo y sus explicaciones y análisis de cualquiera de los textos que estábamos viendo eran capaces de transportarnos a otro mundo. Incluso daba la impresión de saber de memoria cada libro, era realmente increíble.

Para trabajar con facilidad, tenía un asistente. El asistente de ese semestre se llamaba Víctor, era un alumno de sexto semestre. Según me había contado Fátima todos deseaban ese cargo, no porque se cobrara algo —ya que no era así— sino por el estatus que te brindaba aquello y el peso que tendría en el futuro. Decían Galván había recomendado a varios y que habían conseguido buenos puestos laborales anteriores y que uno de ellos había logrado hasta ser profesor de la Universidad.

—¿Y cuáles son los requisitos para presentarse? —pregunté en aquella charla.

—Haber cursado al menos un semestre con el profesor y tener un promedio de nueve y medio en su materia y de al menos ocho y medio en las demás materias, ya que ser su asistente toma mucho tiempo.

—El profesor necesita de esos asistentes porque son los que le leen los trabajos prácticos que realizamos y los que van pasando las presentaciones en clase a medida que él va hablando. La verdad es un trabajo bastante duro, sobre todo teniendo en cuenta de que él no admite errores —completó Alejandro.

—Yo no podría ser su asistente, no resistiría tenerlo tan cerca —bromeó Roberto y todos reímos.

—No podrías ni aunque quisieras porque no te alcanzan las notas —zanjó Fátima.

Seguimos riéndonos de aquello pero la verdad es que desde ese momento sentí la inmensa necesidad de presentarme a dicha elección. Yo quería ser asistente del profesor Galván y podía postularme para el siguiente semestre, ya que mis notas siempre habían sido buenas y hasta ese momento no había tenido problemas con eso. Además tenía el suficiente tiempo para trabajar en ello y por sobre todo las ganas, quería llegar lejos y alto, y esto podía ser una gran oportunidad.

Con los ojos del alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora