EPÍLOGO

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—¿Se pueden apurar? ¡Voy a llegar tarde! —En momentos como éste odiaba a mis hermanos, estaban allí peleando como siempre y discutiendo tonterías cuando yo estaba nerviosa, ansiosa, desesperada porque se hacía tarde y además debía dar aquel discurso.

—Tranquila... ¿quieres que vayamos nosotros y ellos nos alcancen después? —preguntó mamá y yo negué. Quería que fuéramos todos juntos, en familia. Este era un momento importante para mí.

—Aún hay un poco de tiempo —respondí suspirando.

—¡Mamá! ¡Axel me está molestando! ¡Quiere usar la chamarra negra y yo ya llevo una igual, dile que use otra!

—¡Axel, por favor colabora... elige otra! —Papá interrumpió en la escena y luego se acercó a abrazarme. Me perdí en sus brazos fuertes y seguros, el lugar donde más paz encontraba en el mundo. Yo era la princesa de mi padre, siempre lo había sido.

—¡Yo la tomé primero! —gritó Alex, entonces mamá bufando subió a la habitación de los chicos a solucionar aquel problema. Los gemelos eran imposibles, estaban entrando en la adolescencia y buscaban diferenciarse el uno del otro, odiaban llevar los mismos colores, camisetas parecidas, cualquier cosa que hiciera que la gente los confundiera.

En realidad eran muy distintos, aunque iguales por fuera. Axel era un artista, adoraba la música, se había dejado crecer un poco el pelo, era desordenado, bromista y divertido. Alex era meticuloso, amaba las matemáticas y todo lo que tuviera que ver con los números y su vida era completo orden. Creo que cada uno tenía algo de nuestros progenitores, Alex era más parecido a papá, y Axel a mamá.

—¿Nerviosa? —preguntó mi padre besando mi frente.

—Algo... no se me da bien eso de hablar en público, no sé cómo puedes pararte delante de tantos estudiantes y darles clases.

—No los veo —bromeó y yo le di un pequeño golpe en el brazo.

—Es en serio, papá —repliqué—. Aun así sabes que están allí.

—Solo imagina que hablas sola, que estás frente a un espejo y que no te mira nadie. Imagina que no los ves —dijo encogiéndose de hombros.

—Lo intentaré. Espero que te guste el discurso que he preparado para hoy —admití emocionada, él era mi inspiración.

—Lo que sea que hagas o digas, a mí siempre me gustará, pequeña. Estoy tan orgulloso de ti solo por ser como eres.

—¡Listo! ¡Vamos! —zanjó mamá que bajaba seguida de los gemelos. Mi madre era una mujer hermosa; yo admiraba su carácter, su determinación y su fuerza de voluntad.

Llegamos al colegio y yo fui a reunirme con mis compañeros mientras mis padres y mis hermanos iban a buscar sus asientos en el salón de actos donde se realizaría la ceremonia. Los maestros nos formaron en filas y por lista y luego fuimos hasta el lugar a ocupar nuestras posiciones.

Con los ojos del alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora