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El zulo, poco a poco, volvía a ser el que en un principio fue, lleno de excrementos, orina y otro tipo de fluidos. Seguían sin haber comido ni bebido nada. La falta de comida no les afectaba, puesto que en sus estómagos no cabría nada, pero la falta de agua cada vez era más difícil de soportar.

Las nueve y el topo se habían vuelto a colocar en su sitio invisiblemente asignado en la mazmorra. El hueco de Sara, en tan pequeño espacio, era visible por todas. Nadie se atrevía a ocuparlo, solo lo miraban de vez en cuando y reanudaban el llanto.

–Yo no quise mirar –comenzó Silvana poniendo su mano en la frente. –¡Natalia!, tenías razón.

Natalia no respondió. Estaba sumida en un lamento personal. Se había dado cuenta de que, en la imagen que conservaba en su mente de la elección en la piedra, eran solo diez y no once las muchachas. Había ocupado todo el tiempo observando y deduciendo otras cosas que en un principio creyó importantes y había perdido la gran oportunidad de alcanzar su mejor arma, “encontrar

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el topo”. Ahora ya estaba segura de que Sara no era el topo, con lo cual, reducía las probabilidades. Antes, el topo debía estar entre siete de las chicas, ahora entre seis. Recordó a Elisabeth y también vio a Sara en el círculo. Se golpeó la frente con las dos manos. Desde que la encerraron parecía que sus facultades desaparecían por momentos. Como si aquella tensión continua la hiciera debilitarse poco a poco. Necesitó agua, pero no había una sola gota de agua en toda la mazmorra. Comprobar que su talento disminuía a medida que pasaba el tiempo allí dentro, le dolía aún más que la propia muerte.

Algo se removió dentro de Natalia.

–¿Qué símbolos teníais delante cuando paró la piedra? –preguntó.

–El círculo con el punto en medio –le respondió Violetta. Natalia la miró.

Entonces era Violetta la chica que durante la elección tenía cogida con la mano derecha.

–El mío... –continuó Sheila–, era como un triángulo… ¡y Cheska estaba delante de mí cuando se levantó el cilindro!

“Una de las dos es el símbolo de Nellifer.”

–Mi símbolo era una curva con rayos –contestó Tania.

“Al otro lado”. Natalia ya tenía una parte de la piedra ordenada. Tania estaba a su izquierda.

–Yo no recuerdo el mío –dijo Elisabeth–, ni siquiera lo miré.

–¿A quién tenías delante? –le preguntó Natalia.

–Me sujetaban la cabeza para que no la moviera, pero sí, te vi a ti y a Tania

Natalia cerró los ojos. Vio el círculo con los símbolos y ordenó rápidamente la información. “Junto a la que yo no pude ver”.

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–Yo tampoco recuerdo el mío. Primero vi uno, luego giró y vi otro –dijo Vanesa–, tuve casi todo el tiempo los ojos cerrados.

Vanesa empezó a llorar. Natalia la miró, a pesar de no distinguir su cara. Seguía visualizando el círculo con los ojos abiertos. Casi lo tenía.

–¿Cuál es el tuyo? –le preguntó una voz que sobresaltó a Natalia.

Miró a la chica que le había preguntado, era Verónica. Natalia sintió ganas de gritarle, “lo tenía, casi lo tenía”.

–El espiral –le respondió de mala forma.

–Yo no miré nada –le dijo Verónica–. ¿Tiene que ver algo el símbolo?

Natalia se puso de pie. Contó a sus compañeras. Sara estaba muerta y todavía eran diez. Había visualizado la piedra y había estado a punto de ordenarlas, descubriendo cuál de ellas no estaba en el orden. Sin embargo, la tensión se había vuelto a apoderar de su cuerpo.

Décima doctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora