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 “¿Qué le está diciendo?”.Vio a Yun ofrecerle algo y Vanesa rechazarlo. Por lo que se deducía, Yun seguía hablando, susurrando a la muchacha. Si la hubiese tenido de frente quizás hubiera podido leerlo de sus labios. Pero solo podía ver media cara de Vanesa, que ahora fruncía el ceño con pena y bajaba la vista.

—¡Vanesa! —la llamó Natalia y Vanesa la miró.

Inmediatamente Yun la agarró por la barbilla para que la chica volviera sus ojos hacia ella. Y siguió con su conversación.

No había oraciones, nadie hablaba aquella noche. Las ocho que quedaron atrás estaban contrariadas.

Natalia encontró un margen de libertad en aquella diferente y rara noche de ritual. Repasó al resto. Eran como parte del decorado de la sala, estaban colocados de la misma forma de siempre y además cada uno tenía su sitio asignado, porque ya empezaba a recordar las caras.

Vio la copa que Yun tenía en la mano.

—¡Vanesa no bebas! —gritó.

Pero fue la propia Vanesa la que la cogió de las manos de Yun, se la colocó en la boca y bebió de ella.

—¡No! —Natalia gritó como lo había hecho Sara cuando le hundieron la vara en la cadera.

“¡La vara!”, no la recordaba hasta que vio al encapuchado acercarse a Vanesa con ella.

—¡Vanesa! —el silencio se rompió con los gritos de sus compañeras.

Sujetaron a Vanesa con fuerza, Yun le levantó la túnica y el encapuchado hundió la vara en su cadera.

Se oyó un aullido de dolor, que se cortó de repente. El olor a piel quemada llegó hasta ellas. Vanesa no gritaba. Natalia tiró fuerte hacia delante, intentando verle la cara a su compañera y logró hacerlo al menos un fragmento de segundo, lo suficiente para comprobar que su amiga tenía la boca abierta, intentando producir un sonido que no salía de su garganta. “No puede hablar”.

La soltaron de golpe. Natalia la llamó a gritos, pero Vanesa no atendió a su llamada. “No puede oír”. Natalia comenzó a llorar sin darse cuenta y sin poder contenerlo, mientras miraba a Vanesa caminar contrariada. “No puede ver”.

Bajó la cabeza tal y como hizo en el momento en que mataron a Sara. Lloraba, verdaderamente pensaba que cada noche atarían a una de ellas y le cortarían el cuello, como hicieron con Sara. Pero no era así, cada noche sería diferente. “Es más difícil aceptar la muerte si no sabes cómo van a matarte”. Y al miedo a la muerte ahora se le unía el miedo a la tortura.

“Creí que nos estaban poniendo al límite, pero no hay límites aquí dentro”. Un calor inhumano le empezó a subir tobillos arriba. Y sintió una fuerza en sus brazos que bien hubiera podido liberarla de sus guardianes si se lo hubiera propuesto. Yun la estaba mirando. Hasta sin darse cuenta de la mirada de Yun, aquella mujer era capaz de producirle aquello.

Vanesa se había caído al suelo.

         —Eres libre Vanesa —le dijo Yun a la chica.

—¿Eres libre? ¡Serás hija de puta! —le soltó Natalia.

Para asombro de Natalia, el resto de sus compañeras insultó a Yun, al unísono. Ninguno de los allí presentes se inmutaba con los insultos que Yun y ellos mismos estaban recibiendo.

Natalia pensó rápido, viendo los torpes movimientos de Vanesa. Evitó la mirada de Yun para poder manejar mejor su mente. “Las cuatro facultades de Ra”, Natalia cerró los ojos, “Hu, el gusto y la palabra; Maa, la visión; Sedyem, el oído; y Sia, el entendimiento y el tacto. Es el fin de ese brebaje, eliminar las cuatro facultades de Ra”.

Décima doctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora