Cap 33-34

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Nel llevaba las tres carpetas bajo el brazo. Decidió empezar por el final, por la última, Natalia. El único contacto de Natalia, o al menos el único que aparecía en el expediente, eran unos tíos por parte de madre. La tía de Natalia, a pesar del estado de ansiedad por la desaparición de su sobrina, había accedido a citarse con él muy amablemente.

El barrio de los tíos de Natalia era el tipo de lugar que Nel solo visitaba cuando la situación no permitía ninguna otra alternativa. Con él se cruzaron numerosos drogadictos, alguno de ellos, de aspecto enfermizo, que lo adelantaban al paso y lo miraban como hienas. Nel, evidentemente, evitó sus miradas. Cruzó una calle donde las mujeres se apiñaban en sillas en la misma acera, y los niños jugaban a la pelota en medio de la carretera. A Nel le llamó la atención que las señoras de aquel barrio anduvieran alegremente por la calle ataviadas con pijamas y zapatillas.

Consultó una vez más el mapa bajo la mirada curiosa de los vecinos. Habría dado menos vuel150

tas si hubiera preguntado dónde quedaba la calle, porque la mayoría de las calles tenían los letreros del nombre arrancados. Pero no supo a quién acercarse a preguntar ya que nadie le dio la confianza suficiente. Los vecinos se mofaban descaradamente de él. Pero gracias a Dios le quedaba poco. Solo doblar una esquina.

Un perro salió ladrando de una casa y arremetió contra las piernas de Nel, obligándolo a salirse de la acera. Los vecinos, que estaban pendientes de él, rompieron en carcajadas.

Un poco más adelante encontró el número veintisiete. La casa de Natalia, por fin. Nel buscó el timbre por la pared desconchada, pero no lo encontró, así que llamó con el puño. La puerta de hierro retumbó y se escuchó a alguien gritar desde dentro.

Tuvo que esperar unos segundos hasta que una señora abrió la puerta. La señora miró a Nel de arriba abajo.

–Soy Emanuel Mason –. Nel le ofreció la mano.

–Sofía, la tía de Natalia –dijo le estrechándole la mano. –Pase por favor.

Nel observó el oscuro y estrecho pasillo, pero no dudó en pasar. La mujer lo condujo a un minúsculo salón, decorado con tapicería típica de los años setenta, descolorida y con tapetes de ganchillo. Nel observó detalladamente a la tía de Natalia, y no pudo establecer relación física entre la mujer que tenía delante y el ángel de sus sueños. Sofía era gruesa y bajita. Tenía media melena lisa y aplastada, y su vestimenta no era demasiado actual. Nel no pudo deducir su edad, pero seguro que aquella mujer era más joven que Petrov, aunque por su aspecto podría ser su abuela.

–Como le dije por teléfono –empezó Nel –fui yo quien denunció su desaparición.

–Sí, la policía ha venido esta mañana a hablar conmigo –asintió la mujer –, siéntese por favor. ¿Quiere tomar algo?

–No gracias –dijo Nel sentándose en una silla, la cual despidió un sospechoso crujido.

–Mi sobrina es una joven excelente, estoy segura que no se ha ido por su voluntad, y que tampoco estaba metida en nada raro como insinúa la policía.

–Yo también estoy seguro –le confirmó Nel.

–¿Qué quiere saber entonces?

–El que se llevó a su sobrina…–Nel dudó – la conocía desde hace mínimo cinco años.

–Entonces no puedo ayudarle, señor Mason, no conozco a los amigos de mi sobrina. Ella no tenía amigos en el barrio. Y sus amigos no venían por aquí, deducirá usted por qué.

–¿No conoce a Tania y Elisabeth? –le preguntó Nel.

–Sí, pero no las he visto más de un par de veces. Hablaba de vez en cuando con ellas y sus padres por teléfono. Natalia pasaba con ellas las vacaciones de verano, y siempre andaba quedándose a dormir en sus casas.

Décima doctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora